«Gloria a Dios en las alturas, recogieron las basuras de mi calle ayer a oscuras y hoy sembrada de bombillas. Y colgaron de un cordel de esquina a esquina un cartel y banderas de papel verdes rojas y amarillas» (inicio de la canción cuyo nombre ha servido para titular este artículo).
Por el regocijo, gratitud y algarabía que describe es innegable la similitud que hay entre ese tema musical, escrito por Joan Manuel Serrat hace ya varios años, y el proceso de transformación que como sociedad estamos viviendo.
Y es que no es para menos, antes de que estos cambios empezaran nuestro país estaba sumergido en una oscuridad que parecía interminable, sus calles y comunidades, ahora alegres y bulliciosas, eran silenciosas, lúgubres y tristes; reinaba el miedo y la desconfianza, dondequiera que uno pusiera la mirada había grafitis con amenazas y mensajes alusivos a la muerte. Es más, allí en medio de nosotros estaba la muerte.
Miles de luchadores y emprendedores estaban prácticamente reprimidos, porque si emprendían, todo su trabajo y esfuerzo terminaba en las manos de otros. Ese era el país que, por desgracia, tuvimos por más de 30 años, y al que, de manera incomprensible, otros quieren regresar, simplemente porque de ese ambiente criminal recibían algún beneficio.
Fue un período muy doloroso que llevó a la tumba a una parte muy valiosa de nuestra sociedad. En mi comunidad, por ejemplo, fue asesinada una enfermera, a quien no le importaba levantarse a medianoche y caminar grandes distancias para ir a curar a los enfermos. También fueron asesinados un comerciante y su compañera de vida, quienes siempre estaban dispuestos a utilizar lo poco que tenían para ayudar a los demás, sin que hubiese, para esas buenas actitudes, ningún interés de por medio, más que servir al prójimo. Así como ellos, miles de casos se repitieron a lo largo y ancho del país.
Pero había algo más que también era muy lamentable, y es el hecho de que nos habíamos acostumbrado al dolor, nuestra sensibilidad estaba desapareciendo. Nos estábamos volviendo totalmente indiferentes al sufrimiento de los demás y todo pasaba porque habíamos estado demasiado tiempo inmersos en ese mundo oscuro, triste que, además, se estaba quedando desprovisto de todo sentimiento.
Muchos nos habíamos olvidado de celebrar, de salir a departir, todo para evitar que un rato de esparcimiento se pudiera convertir en una tragedia.
Ahora, en cambio, da gusto ver llenos los estadios, los conciertos, las playas, etcétera. Este país ha vuelto a celebrar, ha vuelto a ser feliz. Hoy, a diferencia de otros tiempos, el pueblo está viviendo una verdadera fiesta, mientras que la oposición, responsable de tanto dolor sufrido en el pasado, rechina los dientes.
Pienso que nuestras autoridades reaccionaron justo a tiempo, porque de haber seguido todo como venía, la situación hubiera caído en un punto de no retorno y nuestra sociedad entera quizá habría sucumbido, lo que hubiese sido, sin duda, una dolorosa tragedia. Sin embargo, el Señor se acordó de este país que lleva su bendito nombre y decidió iluminar a sus líderes para que tomaran las medidas necesarias y, a su vez, guiaran a su amado pueblo hacia donde van los que oyen y atienden su Palabra, un mundo mejor, más justo y en paz.
¡Vamos subiendo la cuesta que arriba mi calle se vistió de fiesta!