El «cambio» tan publicitado por los rojos en 2009 nunca llegó a ser una realidad para las familias salvadoreñas. El FMLN escaló a la cima del poder solo para abrazar el legado de ARENA, mientras El Salvador continuó sumergido en el mismo esquema de inseguridad y luto, y sin oportunidades reales de desarrollo social y económico.
Tampoco se permitió la formación de nuevos liderazgos políticos comprometidos con resolver los problemas de la sociedad. Es que el bipartidismo tuvo miedo de que el tapete de la «política corrupta compartida» fuera sacudido.
Lo único que cambió fue el estilo de vida de los personajes enquistados en la cúpula del partido comunista, sus familias y amigos, pues pasaron a formar parte de los nuevos ricos, algo que tuvieron que aceptar a regañadientes los millonarios de siempre. La alternabilidad política fue simplemente traspaso de mando en el mismo sistema nefasto instaurado por la potestad fáctica, en el que siempre se privilegió al poder económico y se estranguló al pueblo.
Por cierto, esa es la «alternancia» por la que se rasgan las vestiduras ciertos personajes políticos y religiosos, y organizaciones que dicen ser de la «sociedad civil», pero que son vulgares activistas de ARENA y del FMLN.
Ahora, luego de que ese molde antipueblo fue quebrado por Nayib Bukele en 2019, lo que vemos es la disolución de ideologías para formar un bloque al fiel estilo de una apocalíptica bestia de varias cabezas, pero con el mismo cuerpo de política sucia del pasado.
Un bloque que, además, recluta principiantes que se creen tiburones (algunos porque sus papás les han dado paja), mercaderes religiosos que na-vega-n con bandera de «iluminados», loqueros pordioseros y cabecillas de la «memecracia» con pluma y micrófono.
Es por eso que los salvadoreños observamos a viejos «líderes» del sistema corrupto y a un par de bichos aferrarse a un discurso que niega la nueva realidad y demerita los grandes cambios ejecutados por Nayib. No tienen la mínima inteligencia para entender que solo los verdaderos líderes son capaces de llevar a cabo grandes transformaciones y de superar obstáculos del tamaño que sean.
Lo que vive el país es totalmente diferente a lo que nos impusieron derechistas e izquierdistas. Ahora se da la gran oportunidad de políticos que están realmente comprometidos con la sociedad, de la aparición y formación de nuevos líderes que luchen por su pueblo.
De aquellos que tienen un carácter personal fuerte, decidido y competitivo que no se arrugue a llevar adelante el proyecto de los salvadoreños que encabeza Nayib, quien ha demostrado tener la valentía suficiente para resolver muchos problemas, principalmente, el que ningún cobarde arenero, efemelenista, «parkerista» y otro político, quiso enfrentarse: la crueldad de los grupos criminales.
Es la oportunidad para aquellos que buscan un liderazgo político exitoso, que tienen entre ceja y ceja la pasión por dejar huellas y la capacidad de navegar en una opositora industria contaminante que lanza vertidos a la sociedad.
Que entienden que los salvadoreños queremos políticos, no pícaros ni cabezas de concreto, con principios e ideas, que se bajen del podio para ponerse manos a la obra y cambien todo lo mal que nos dejaron ARENA y FMLN, tal como lo ha hecho valientemente nuestro presidente Nayib Bukele.
Aquí no caben los políticos oportunistas que caminan con máscaras o discursos de lealtad, pero que solo velan por sus intereses o anteponen su «pasión de poder» a cualquier límite ético en su acción política.
El país necesita políticos capaces de acompañar los principios con las ideas. De aquellos que saben que para llevar a cabo una profunda transformación —a partir de un compromiso fuerte con un proyecto— deben apoyar firmemente los pies en el mundo real y desplegar ideas que lo tengan en cuenta y sean factibles de ser puestas en práctica.
Estos son los que encarnan el mejor liderazgo político, el que mezcla convicciones profundas con un proyecto y con la capacidad de tomar decisiones, fijar objetivos y asumir riesgos ante situaciones difíciles, incluso a contracorriente, cuando los demás dudan o están confusos, tal como lo dijo Bertolt Brecht: «Estos son los imprescindibles»