Sí, la mafia italiana estuvo aquí en la figura de alguien que se hizo llamar «presidente de la paz», pero que en realidad era un gánster que actuaba al mejor estilo de la Cosa Nostra. En sus cuentas allá en Italia o en algún paraíso fiscal tiene escondidos los millones de dólares que no permiten a miles de salvadoreños alcanzar una pensión digna. Este tipo, que era perversamente ingenioso, decidió que, en vez de robar el dinero de los bancos, como hacen los ladrones de poca monta, era mejor robarse la banca entera. Y así lo hizo, se quedó él con uno de los bancos y repartió el resto entre sus amigos.
La adquisición de esos bancos, por la forma en que se hizo, no fue una compra, sino un robo. Luego procuraron que se modificaran las reglas del sistema para que toda transacción en estos fuese un negocio redondo. Él utilizó el suyo para transferir, hacia este y luego desde este, todo el dinero de sus actos ilícitos sin ser detectado (secreto bancario). Obtuvo millones de dólares en ganancias con una institución financiera conseguida ilícitamente, la cual luego vendió a un altísimo precio sin pagar al estado los impuestos correspondientes.
Toda actividad que ese maestro de las artimañas emprendía era con miras al fraude. Incursionó en la farmacéutica, donde consiguió, con la complicidad de funcionarios corruptos, que se enterrasen cerca de 300 toneladas de medicamentos para que así pudiera su droguería renovar los contratos con el Ministerio de Salud. Montó también una procesadora de semilla certificada y promovió, al mismo tiempo, un programa para repartirla a los campesinos, pero no para ayudarles, sino para beneficiarse él mismo con los miles de quintales que, a precio no tan bajo, vendía al estado.
En todo eso, además de la forma fraudulenta en que se hacía, había ya, de por sí, un conflicto de intereses, cosa que entonces extrañamente no veían quienes hoy se rasgan las vestiduras hablando de corrupción.
Pero mucho antes este personaje ya había sido señalado por el robo de toneladas de fertilizante donado por el Gobierno de Japón, caso por el que estuvo detenida una empleada, mientras que él, que fue el cerebro de la operación, permaneció libre, beneficiado por el corrupto sistema judicial.
No es descabellado que algunos llamen a este «el capo de capos», pues, además de todo lo señalado, cuando fue presidente de la república dejó establecido un método de corrupción sistematizado y a gran escala que el resto de los mandatarios, incluyendo los dos gobiernos de izquierda, copiaron y pusieron en práctica al pie de la letra.
Y, como todo gánster, no podía dejar de estar involucrado en uno que otro asesinato, de esos que ellos ejecutan para quitar del camino a quienes les estorban. Resulta que este tipo, en particular, está señalado, sino de dar la orden, por lo menos de tener conocimiento o participar en la decisión de dar muerte a seis religiosos y sus colaboradoras. Extrañamente, también los supuestos ofendidos por ese crimen aquí en el país, colegas de los asesinados, defienden a este con gran vehemencia. Dicen por ahí que es porque fueron muy bien remunerados por no continuar con los procesos y las acusaciones.
En fin, si le buscamos a este autodenominado «presidente de la paz» algo bueno que haya hecho por el país, no encontraremos absolutamente nada, pero sí encontraremos millones de dólares en sus cuentas bancarias (la mayoría malhabidos) y una larga lista de actos delictivos.
La esperanza es que el brazo de la justicia es largo y que bien podría llegar hasta la tierra de Miguel Ángel y traernos al prófugo para que responda ante la ley.