Hablar de la tolerancia es hablar de un valor básico, protagónico e indispensable para la vida cotidiana del ser humano y sobre el cual surgen una serie de conceptualizaciones, y quiero enfatizar mi escrito en la definición de la Real Academia Española: «Respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias».
El respeto, todo depende de esa otra palabra, podríamos decir, mágica y que lamentablemente en la actualidad hemos perdido, pero que como sociedad podríamos rescatar, aunque no sea nada fácil, pues hay mucho camino por recorrer. Realmente, el mundo sería un lugar mejor, si todos fuésemos más respetuosos y tolerantes con el que tiene otras costumbres y tradiciones, con el que habla otro idioma, con el que viste diferente, con el que tiene un nivel de vida divergente del nuestro, con el que tiene una postura diversa de la nuestra, es decir, lograr alcanzar el respeto hacia el otro de manera íntegra, considerando diferencias entre pensamientos, prácticas, habilidades, destrezas, defectos, virtudes etcétera. La tolerancia es ese valor moral y universal que deberíamos practicar todos los días, pues implica además ser empáticos, solidarios, educados, y supone, por otra parte, el sentido común, saber escuchar y observar al prójimo, sin juzgar sus actos, sobre todo aceptarlo.
Al traer esas conceptualizaciones a flote viene a mi mente una serie de situaciones que han mostrado la contrariedad de la tolerancia en la sociedad; por ejemplo, podemos hablar de la crisis que se desató en la Asamblea Legislativa hace unos años atrás cuando el presidente Nayib Bukele no tenía gobernabilidad aún y solicitó la aprobación de un préstamo por $109 millones para continuar la fase III del Plan Control Territorial, con el cual se pretendía modernizar el equipamiento de la Policía Nacional Civil y de la Fuerza Armada para el combate de las pandillas. Pero, lamentablemente, la oposición no quería ceder y mostró su intolerancia ante una iniciativa que simplemente buscaba mejorar la seguridad del pueblo salvadoreño y obtener los excelentes resultados, que estamos viviendo en la actualidad bajo las eficientes medidas implementadas por el Ejecutivo en un trabajo articulado junto con la nueva Asamblea Legislativa que sí estamos realizando con el régimen de excepción, que ha logrado una significativa reducción de las extorsiones, los homicidios y sobre todo respirar una verdadera paz social. En ese punto vemos claramente que la intolerancia no trae nada bueno y lejos de allí las consecuencias son nefastas.
En este mismo hecho recuerdo un acto de valentía, cordura y tolerancia del ministro de la Defensa, René Francis Merino Monroy, cuando recibió un ataque con insultos en el Salón Azul de la Asamblea Legislativa de las diputadas de ARENA y del FMLN, quienes se levantaron de sus curules para tirar papeles al ministro en el receso durante la interpelación por lo ocurrido el 9 de febrero. Ante esto él sabiamente respondió con humildad y tranquilidad, que los legisladores se mostraron frustrados por no encontrar ningún acto ilícito en los hechos ocurridos en esa fecha y, por qué no decirlo, es admirable el grado de tolerancia que el titular de la Defensa mostró muy educadamente. Es precisamente ese nivel de tolerancia el que como seres humanos debemos lograr y sé que no es fácil, puesto que al sentirnos agredidos u ofendidos nuestra reacción en primera instancia es la defensa; pero vemos que el no replicar la violencia trae mejores resultados.
Otro escenario en el que podemos destacar el nulo fomento de la tolerancia es el reciente y reprochable hecho de violencia y barbarie contra el árbitro Arnoldo Amaya, quien perdió la vida después de recibir una salvaje golpiza de un jugador que minutos antes del hecho fue sancionado por el réferi, cuando se encontraba arbitrando un partido de fútbol en la cancha Toluca, ubicada cerca de la colonia Miramonte, en San Salvador. Esta cruel noticia que consternó, impactó y dejó luto al gremio arbitral de El Salvador ha manifestado los repudiables resultados de la intolerancia y es indignante y sobre todo condenable ese hecho violento, puesto que un lugar que tiene como finalidad la sana recreación y la práctica deportiva para chicos y grandes se haya convertido en un campo de batalla y en el escenario de vandalismo, violencia y cobardía debido a la euforia y la intolerancia en el terreno de juego. Es momento de analizar las actitudes que como seres humanos estamos enseñando a las nuevas generaciones.
Aprovecho para hacer un llamado a todos los jugadores que practican cualquier deporte a que conozcamos y respetemos por completo las reglas del juego y mantengamos la calma; nunca debemos discutir cuando se nos sanciona, nunca debemos tomar las cosas de forma personal, debemos ser ante todo respetuosos y tolerantes, y no debemos permitir que estos hechos inhumanos se sigan replicando. Cabe felicitar a las autoridades por la pronta captura del principal sospechoso en este caso particular.
En otro acto donde se refleja la intolerancia en el cumplimiento de la ley fue la emboscada propiciada a elementos policiales en la colonia La Realidad, en el municipio de Santa Ana. La que fue conspirada por integrantes de una estructura criminal. Esta masacre como respuesta a la negativa de la prolongación del régimen de excepción, estrategia implementada por nuestro presidente Nayib Bukele como medida para combatir de frente a dichos grupos delictivos que en efecto está dando excelentes resultados; hasta el momento se han reportado más de 52,000 criminales capturados.
Este repudiable y cobarde asesinato provocó tres elementos policiales fallecidos y ha conmocionado a toda la corporación; y por qué no decirlo, a toda la nación salvadoreña, puesto que atentaron contra la vida de tres héroes azules, quienes ofrendaron sus vidas en el cumplimiento de su deber, que velaban por el bienestar y la seguridad de la población. Por ello, nuestro presidente aseguró ante este vil crimen que dichas estructuras verán la verdadera fuerza del Estado y que no se retrocederá hasta erradicar este cáncer social que ha causado tanto dolor y temor a la sociedad salvadoreña.
Es indignante que la intolerancia siga cobrando vidas y qué bueno que las autoridades continúen y no descansen hasta dar con los verdaderos responsables de los crímenes.
Todos estos panoramas antes expuestos nos muestran que la tolerancia es una virtud y un principio protagónico en la convivencia social; si la ponemos en práctica, nos dará beneficios positivos, contrario a los resultados de la intolerancia. Por lo que insto a los lectores a que practiquemos y enseñemos a las nuevas generaciones a que cultivemos ese gran valor llamado tolerancia para que tengamos una mejor sociedad. Recordemos que es importante ser abiertos y flexibles ante las diferencias de los demás y considerar que ser tolerantes con nosotros mismos es la clave para prepararnos y serlo con nuestro prójimo.