Sabemos que la mujer hasta el día de hoy ha sido marginada históricamente de todos los ámbitos, sociales, educacionales, religiosos y políticos; cargando un estigma de culpabilidad y algo de pecaminoso desde el Génesis.
No es entonces de extrañar la respuesta de un papa al porqué la Iglesia no confiere el ministerio religioso a la mujer, de una manera simplista: «porque es la voluntad de Dios»; pero reconociendo, a la vez, la existencia de sacerdotisas ya desde los tiempos de Jesús que, por cierto, no era machista.
El retrato de la mujer involucrado tanto en procesos de reproducción y crianza de sus hijos como de las necesidades de la comunidad y el papel del hombre en la toma de decisiones y acciones transformadoras del entorno físico, tienen su origen en el proceso de sedentarismo del ser humano, en donde la mujer con base a factores biológicos asume el rol de la crianza de los hijos, del cultivo y la colecta, y el hombre de cazador, proveedor y protector.
Un hecho histórico de las relaciones de género y de desarrollo, que es la clave, se desarrolla durante la revolución industrial cuando la mujer sale del espacio privado familiar (el hogar), cumpliendo un rol masculino de proveedora, manteniendo además su función reproductiva y de crianza.
Respecto a la arquitectura, la mujer logra acceder a los equipos de diseño hasta el siglo XX. Es así, como Julia Morgan se convierte en la primera graduada en el mundo en 1902. Desde entonces, hemos tenido muchas mujeres arquitectas, como Denise Scott Brown, socia de Roberto Venturi, cuya excelente obra literaria ha enriquecido el conocimiento arquitectónico.
Pero no fue hasta la época de los ochenta, cuando el quehacer arquitectónico de la mujer comienza a tener relevancia, por la participación femenina en los equipos de diseño y surgen los nombres de Aino Marcio Alto, la española Carmen Pinos, Marion Lucy, Mahon Griffin, Sophia Hayden Benett, Eilen Gray y Ane Drew, coronando esta lista con la grandiosa Zaha Hadid, recién fallecida. Ella fue la primera mujer ganadora del premio Pritzker en el 2004, seguida por Kasuyo Sejima, ganadora del mismo premio en el 2010, e Inés Lobo con el premio Arcvisión mujer y arquitectura. Y cómo olvidar a Lina Bo, la arquitecta más poderosa hace 100 años en la historia de la arquitectura, según comenta la arquitecta Gabriela Carrillo en la revista Domus.
En nuestro país la primera mujer graduada en arquitectura fue Ana Cristina Álvarez, 10 años después de fundarse la primera facultad de ingeniería y arquitectura en 1954.
Con la apertura de nuevas universidades surge una generación posmodernista, como acota el arquitecto Mauricio Arrieta en su interesante libro «Arquitectura moderna y contemporánea en El Salvador 1920-2019», en el que se nombran a la arquitecta Anita Olivares de Guerrero, segundo lugar en la décima venial elemental en el World Architectural Festival 2017, en Alemania; y, a la arquitecta Eva Hinds, premio World Architectural Festival 2015 Singapur.
No podemos dejar de nombrar en los inicios de la arquitectura moderna a la arquitecta Ehrentrat Schutt de Kaststaller, graduada en Viena, y su proyecto cárcel de mujeres. Interesantes también son los proyectos de las arquitectas Margarita Quezada y el edificio FEPADE; la arquitecta Anita Olivares de Guerrero y su casa de la isla, ganadora del premio Holcim 2012.
También es notable la labor docente de la arquitecta Eleonora Sol hija del Arquitecto León Sol (ya fallecido), cuyo proyecto casa de la playa con su volumetría interesante acorde al paisaje circundante la convierte en un acierto paisajista-arquitectónico.
Igualmente, no puedo dejar de nombrar a la arquitecta Ana María Rodríguez, graduada en Francia y que actualmente ejerce en Barcelona, nieta del reconocido arquitecto Juan José Rodríguez. Igualmente es interesante la labor de la arquitecta María Isaura Aráuz en lo concerniente al patrimonio cultural arquitectónico.
La exclusión de género en la mujer no ha hecho a nuestras mujeres renunciar a su derecho a desplegar sus aspiraciones sintiendo que invaden un espacio profesional e intelectual exclusivo de los hombres, conscientes de que sus hormonas femeninas conllevan a percepciones y sueños e incluso hasta andar y percibir los espacios en diferente forma, porque como dice la arquitecta Gabriela Carrillo «tocan la esencia de la mujer de manera diferente».
Me costaría, por ejemplo, imaginar una arquitectura como la de Zaha Hadid, ondulada, sugerente y a veces hasta sensual en un Calatrava, o en un Gehry y no por falta de creatividad o por respuestas espaciales que nacen de percepciones femeninas liberadas de un sistema patriarcal, machista y universal. Finalmente, y, como dice la arquitecta Alice Gerez de Villatoro: «Somos valientes para asumir riesgos, tenemos la capacidad de no desfallecer, tenemos el don de dar y amar la vida y no temer al futuro».