La educación como fenómeno personal, histórico, social e ideológico nace en la sociedad y es garantía de su supervivencia y progreso. La educación como parte de la realidad social no debe ser un proceso divorciado de su contexto, sino vinculado a su propia dinámica histórica. Además, dentro del proceso educativo sociocultural facilita y hace posible el desarrollo integral de la persona. Esto resulta indispensable para el desarrollo socioeconómico de nuestro país.
Según la Conferencia Mundial sobre la Educación Superior de la Unesco, se aprobaron documentos en los que se insiste en la necesidad de la educación permanente del profesorado universitario y su formación pedagógica. En uno de los documentos se especifica: «Un elemento esencial para las instituciones de enseñanza superior es una enérgica política de formación del personal. Las directrices claras se deben ocupar, sobre todo, de enseñar a sus alumnos a aprender y a tomar iniciativas y no ser únicamente pozos de ciencia. Deberían tomar medidas adecuadas en materia de investigación, así como de actualización y mejora de sus competencias pedagógicas mediante programas adecuados de formación del personal, que estimulen la innovación permanente de los planes de estudio y los métodos de enseñanza-aprendizaje».
Así también, resulta imprescindible la reflexión cotidiana sobre la tarea de enseñar y sus implicaciones pedagógicas según sus finalidades y contextos diversos y reales, en donde la formación científica en la rama del saber específico debe ir acompañada de una formación pedagógica; solo así pueden incidir en el mejoramiento de su labor profesional.
También la formación docente se puede concebir como el proceso permanente de adquisición, estructuración y reestructuración de conocimientos, habilidades y valores para el desempeño de la función docente. La formación docente es continua, se lleva a cabo a lo largo de toda la práctica docente, tomándose dicha práctica como eje formativo estructural.
Históricamente se puede decir que la formación del profesorado se ha configurado sobre la base de dos aspectos fundamentales: los rasgos deseables en el profesional y el ámbito de lo personal, y visualiza al profesor en el contexto de la realidad compleja en la que se desempeña. Además, para ejercer la docencia ya no es suficiente el saber y el saber enseñar; es necesario hacer investigación, gestionar el conocimiento, entre otros. Entonces, es necesario que el docente deba formarse y actuar de diferente manera, porque el considerarse experto en lo que enseña y cómo enseñarlo son actividades que deben actualizarse y certificarse constantemente; de esta forma se asume y cumple una actitud ética en todas las acciones, esto incluye el compromiso como investigador, que en muchos casos se vuelve difícil de realizar porque éticamente se rige por la búsqueda de la verdad, que también está basada en principios científicos.
Actualmente, en las instituciones de educación superior, la selección de los futuros docentes no se realiza en condiciones de libre acceso, sino con base en determinantes ya establecidos. El carácter ético está mediado por la institución; es decir, resulta difícil identificar aquel futuro profesional que está motivado a ejercer la docencia o es aquel que ha llegado problematizado, porque le han provocado el fracaso de su formación. La tendencia actual es responsabilizar al maestro casi de manera absoluta de la calidad educativa. Cada docente en particular es responsable solo de cierta parte del éxito o fracaso del estudiante; el resto compete al conjunto de docentes y a la institución educativa, al igual que al estudiante mismo.
Por otra parte, el docente no puede ubicarse en una posición de supeditar su comportamiento personal y profesional a lo que piden la institución o sus colegas; en ese sentido se estaría faltando a la ética, ya que la enseñanza no puede alejarse de su compromiso ético, porque al enseñar sin compromisos se enseña también una ética. La acción ética es activa, debe estarse realizando y no esperar a que se forme por sí misma en cada estudiante; ha de ser posibilitada por las acciones diarias del docente.
En los principios éticos del docente debe reconocerse diariamente que cada estudiante es diferente, que cada uno aprende, actúa y tiene aspiraciones diferentes que se deben respetar y convertirse en principio para la actividad docente, ya que el docente no solo enseña a estudiantes como si fueran un grupo de iguales encerrados en el aula, sino, ante todo, trabaja con y para personas. Es aquí donde podemos mencionar a Piaget, que visualiza al estudiante como ser individual; a Vigotski, para quien el estudiante forma parte y es un colectivo, y a Ausubel, que ve al estudiante como actor imprescindible dentro de las diferentes disciplinas.
También la sociedad está observando el comportamiento ético del docente, como parte de un colectivo que son, pero es evidente que cada docente existe y actúa individualmente. «Cuando la puerta del salón se cierra, el responsable de lo que sigue es el docente». En cuanto a los principios éticos y pedagógicos, es posible decir que los docentes lo observan como compromiso con la institución, en primera instancia, y, posteriormente, con los estudiantes y con sus colegas.
Y las tensiones y contradicciones que viven pocas veces los docentes las expresan como tales, muy posiblemente tampoco se las plantean como conflictos éticos, pero es evidente que están presentes, como en el caso del docente que manifiesta incompetencia o incomodidad ante las nuevas exigencias institucionales.
En la búsqueda de los profesionales con potencialidades de competencias, habilidades y destrezas, pero con el impulso de la práctica de valores éticos, se deben tomar en cuenta los siguiente aspectos: responsabilidad: cumplir las obligaciones y los compromisos adquiridos, dando respuestas adecuadas a lo que se espera de una persona o colectividad; respeto: tener conciencia del valor del propio ser y del ser y la dignidad de los demás, para poder comprenderlos y aceptarlos, dejándolos actuar, siendo tolerante con ellos, de acuerdo con su condición y con la relación que han establecido con nosotros; sinceridad: procurar decir y actuar siempre con la verdad, manifestar los propios sentimientos con autenticidad y claridad, sin complicaciones que lleven a la falsedad; justicia: darle a cada uno lo suyo, lo que le corresponde en virtud de su dignidad, de lo que es equitativo en razón de su esfuerzo o trabajo y en acuerdo con el ejercicio de sus derechos y el cumplimiento de sus deberes; y fe: confianza en lo que no podemos ver o comprobar materialmente, apoyados en la credibilidad en las personas o en la creencia en Dios.
Además, las políticas educativas desde la formación docente inicial hasta la formación docente en servicio deben incluir en los planes y programas la práctica de valores, lógicamente siendo las autoridades educativas docentes que muestren actitudes, pensamientos y sentimientos de empatía con las necesidades de los estudiantes y considerarlos participantes esenciales y protagónicos del proceso de enseñanza-aprendizaje.
En este sentido, la formación docente, desde su actuación, debe propiciar el desarrollo de un contexto social libre de conflictos éticos, como la situación de discriminación, la corrupción y la violencia social, siempre con un pensamiento crítico y constructivo en la búsqueda de oportunidades de crecimiento personal y colectivo.