El pensamiento ellacuriano es amplio, pero podría definirse en su fundamentalidad, desde mi interpretación intelectiva, como una filosofía de la praxis, una hermenéutica histórica, en la cual se debe descollar ese reduccionismo idealista del logos como acceso primigenio a la realidad, en pos de una interpretación basada en la realidad como fenómeno de indudable acercamiento a la praxis liberadora y no solo al discurso liberador como ironía hegeliana.
El maestro Ignacio Ellacuría solía decir: «La verdad de la realidad no es lo ya hecho; eso es solo una parte de la realidad. Si no nos volvemos a lo que está haciéndose y a lo que está por hacer, se nos escapa la verdad de la realidad». Este análisis con rigor interpretativo sobre la realidad y que hoy más que nunca se debe reflexionar sentará las bases de los planteamientos que se expondrán a continuación.
Ellacuría, sin duda alguna, fue hombre de estima inconmensurable, visión social clara y opción preferencial por los pobres. Este espíritu libre dio al mundo y al país escritos de valioso bagaje filosófico, teológico y político, sentando las bases de la hermenéutica popular y sobre todo mostrando con su propia vida, la opción preferencial por los pobres y lo justo, venga de donde venga, hasta ofrendar su vida junto con sus hermanos jesuitas.
Empero, hoy más que nunca, viene a la palestra crítica la siguiente pregunta: ¿qué queda del pensamiento ellacuriano en el mundo académico del país y sobre todo en la práctica actual de los jesuitas de la UCA? Ciertamente, no poseo la autoridad para hablar en nombre de los sacerdotes jesuitas, pero como ciudadano y académico puedo exponer lo que se percibe en grandes sectores de la población, sobre todo en aquellos que han estudiado con mediana rigurosidad el pensamiento ellacuriano.
La cátedra de Realidad Nacional creada por Ellacuría debería ser parte de los programas de todas las universidades y dentro del pénsum de educación media, pues la falta de comprensión científica de la realidad en general y del país ha llevado a que las nuevas generaciones vivan un modo existencialista, en el que no hay compromiso social más que consigo mismos.
Pero claro, esto implicaría un verdadero compromiso gubernamental y empresarial para crear las condiciones de estudiantes más críticos y pensantes, y creo que a esto le temen los grandes sectores empresariales del país, incluyendo a algunos mercaderes de la educación privada de El Salvador. Seres pensados es más viable a los intereses económicos que seres pensantes; de ahí el deseo de ir quitando de los programas de estudio cátedras como la filosofía, la sociología, entre otras.
En su ensayo «Filosofía ¿para qué?», el maestro Ignacio Ellacuría expresa lo siguiente: «El pensamiento filosófico dejaría de ser inquisición racional sobre la realidad para convertirse en arma autónoma que puede ser utilizada interesadamente, sea en favor de la dominación, sea en contra de ella».
Esta expresión exquisita de un saber filosófico de la liberación hoy más que nunca se ve mermado por las declaraciones y actuaciones de algunos jesuitas de la UCA, que olvidan el legado de su más grande filósofo en esta tierra cuscatleca.
De tal suerte, que, de ese pensamiento profundo, ecuánime, fascinante, queda muy poco en el país y en las universidades. Los cambios que el país está experimentando son aquellas permutas por las que Ellacu (como le decía de cariño Jon Sobrino) ofrendó su vida y plasmó en toda su obra filosófica y teológica. Sería bueno que la mayoría de los salvadoreños y sobre todo algunos jesuitas actuales de la UCA consideráramos seriamente vivir más como Ellacuría y menos como burguesitos con intereses particulares.
Eso sí, hoy más que nunca quienes hemos sido estudiosos del pensamiento ellacuriano y, sobre todo, entusiastas con su visión del mundo, creemos que ahora es el momento de honrar su legado histórico, no solo con eventos o palabras, sino viviendo tal como él vivió y luchando por lo que él luchó. Aquella cita profética: «Si me matan durante el día, es la guerrilla, y si me matan durante la noche, es el ejército» pareciera olvidada por algunos actuales compañeros de su orden, que defienden posiciones indefendibles y hasta inmorales de una quimérica izquierda y de una ilusoria derecha que tanto daño le han hecho a este país.
Por tanto, esa expresión filosófica ellacuriana sobre la filosofía como lucha contra la narrativa dominante no debe malinterpretarse por intereses mezquinos, al contrario, una lucha frontal contra el pecado estructural y las injusticias sociales que por décadas instauraron los partidos de falsa derecha y falsa izquierda en el país, hoy más que nunca deben recordarse, el gran legado de actividad intelectiva en pos del ser vivo del maestro y mártir Ignacio Ellacuría.
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