Los rumores de pasillo, información nunca, nada, jamás verificable, son los que están en pleno apogeo y que van creciendo a medida se acercan las elecciones de 2024. No hago referencia solo a los rumores políticos, sino también a aquellos que provienen de pequeños saltamontes que lanzan sus contenidos apócrifos para saciar la ansiedad y la desesperación de sus financistas.
Y eso no es tan tóxico para quienes están acostumbrados a la política burda, sino que es dañino para una sociedad que generalmente ignora las operaciones inherentes de los agentes maquiavélicos que no escatiman esfuerzo por dañar la reputación de personas sin medir consecuencias o alterar un proyecto de grandes dimensiones al que dicen defender.
Estos juegan con las especulaciones, supuestos e historias bastante incompletas o alejadas de la realidad para que la gente tome decisiones erróneas o se forme conceptos equivocados. Son expertos en forzar la mente con retórica retorcida, utilizando las técnicas de manipulación o suplantación de la información para combatir a sus enemigos o a quienes estorban sus planes perversos.
Bien dicen que el malacate lanza a sus fieras para desviar la atención de sus acciones putrefactas, pero se hace a un lado y niega sus vínculos cuando estas son cazadas.
En cuanto a la rumorología política, no hay duda de que las ansiedades de algunos personajes van en pleno crecimiento a medida se acerca el evento electoral de 2024. Y esto puede generarles desafección, pues ven su futuro incierto y la inestabilidad se apodera de ellos. El efecto Pigmalión les es ajeno.
Basta con analizar las locuras de los que conforman el bloque opositor al presidente Nayib Bukele o de quienes buscan hacerle daño. Sus vehementes incoherencias en los discursos de oratoria trasnochada, las falacias que lanzan en redes sociales retomadas por la prensa aliada, así como las inconsecuencias en sus mensajes versus sus acciones son parte del estrés agónico prolongado.
Aún respiran porque algunos medios les han dado relevancia a sus rumores y «fake news» cayendo así en la manipulación consciente. En realidad, se trata de desinformación por las que los periodistas y empresas de medios suelen culpar a las nuevas formas de interrelación entre las personas basadas en las redes sociales.
Como si la velocidad que los medios requieren hoy para «ganarle» una primicia a otro o por ser sujetos al pastel propagandístico, los llevasen a pasar por alto el chequear la información. Ni siquiera me refiero al doble chequeo, aquella instancia que exigían los editores de vieja guardia, consistente en que dos fuentes confirmaran el dato antes de publicarlo. Hoy nadie hace semejante cosa.
Pero lo cierto es que las noticias falsas no son una novedad ni se originan siempre en las redes. No requieren de la existencia de dichas redes para generarse ni tampoco para propagarse. Para eso están los pasillos de los mercenarios pordioseros que tienen como arma favorita el rumor para asesinar reputaciones en favor de sus contratantes.
Bien se dice que, en la política, la estupidez no es un impedimento y que el que solo ambiciona poder usar la política para dividir a las personas en dos grupos: los usables y los enemigos.
Comparto lo que dijo el dramaturgo y novelista irlandés George Bernard Shaw:
«No es cierto que el poder corrompa, es que hay políticos que corrompen al poder». Y esos tiempos de esos políticos quedaron en el pasado y no debemos volver a ellos. Hoy tenemos a un verdadero político del pueblo y para el pueblo, que administra una nación que es la envidia en el mundo, que cumple lo que promete por el bien de la sociedad y que es capaz de catapultar a El Salvador a otro nivel de desarrollo. Y los cercanos a él, los que venimos desde su aparición en la política y sudamos la camiseta desde siempre, sus amigos fieles, debemos anclarnos en su visión, en su tenacidad y acompañarlo con valentía, aunque debamos soportar las fieras tormentas de los perversos y sus mercenarios. Aunque pasemos inadvertidos, porque es preferible que le pregunten a uno por qué no tiene estatua que tener que explicar por qué la mereció.