En las teorías de las ciencias sociales existen varios enfoques de abordaje sobre el estudio de la sociedad, por ejemplo, el método positivo de Augusto Comte, el método comparativo de Émile Durkheim, el método puro de Max Weber, el materialismo histórico de Karl Marx, el método estructural-funcionalista de Talcott Parsons, el de paradigma de Thomas Kuhn.
Los abordajes teóricos, por lo general, son el deber ser, que se contraponen a lo que es; sin embargo, históricamente ha sucedido que se impone la realidad y está al ser interpretada y descrita en esa medida va creando la base teórica de un fenómeno nuevo, que nace en el seno de su antítesis.
Con los nuevos fenómenos societales al ser emergentes y producir procesos y dinámicas propias, los académicos y especialistas tienen cierta dificultad al tratar de descodificar el aparecimiento de rupturas, disrupciones, reformas, cambios estructurales, con el agravante de que son vertiginosos con crecimiento en flecha.
Este es precisamente el caso de El Salvador, que por 200 años había estado gobernado por poderes fácticos nacionales al servicio de los intereses oligárquicos, transnacionales e internacionales, a favor del colonialismo de países o bloques económicos extranjeros. Lo que significa que de forma consuetudinaria habían saqueado sus recursos naturales y culturales, con el agravante de que el ciudadano salvadoreño era considerado y tratado como peón de finca o de hacienda, es decir, no tenía derechos.
A finales del siglo XX y principios del XXI, la corrupción de los partidos políticos tradicionales llegó a su clímax, cuando Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) cogobernaron con las pandillas o maras salvadoreñas; en la realidad existían dos Estados, el informal de las pandillas y el formal con los poderes del Estado. Sin embargo, el que tenía el poder era el informal al controlar el 80 % del territorio y de la población que residía en esa área geográfica.
Las cúpulas de ARENA y del FMLN formaban parte de la estructura criminal; la corrupción y la delincuencia eran política de Estado de ambos partidos políticos. El Salvador tenía altos índices de pobreza, desempleo, impunidad, corrupción, desnutrición, violencia, emigración; asimismo, la educación y la salud estuvieron en el abandono, etcétera.
En 2019 llegó a la presidencia Nayib Bukele, rompiendo abruptamente con el pasado vergonzoso del país; lo primero que hizo fue liberar a la ciudadanía salvadoreña del Estado informal de las maras, le declaró la guerra al terrorismo, la delincuencia y la corrupción; lo que produjo un dinamismo en la economía, atracción de la inversión nacional y extranjera e incrementar el turismo a niveles que sobrepasaron las proyecciones de las autoridades de este rubro.
El Gobierno salvadoreño ha realizado inversiones sin precedentes en la ciudadanía para reestablecer el tejido social, la educación, la salud y ha creado las condiciones económicas, sociales, políticas y culturales para convertir al país en un Estado emergente económico en Latinoamérica, y que no sea solo modelo de seguridad ciudadana y democracia, sino también de repunte económico y financiero.