Los estudios sobre la conversación han adquirido una inusitada relevancia desde que Herbert Paul Grice comenzó sus trabajos sobre la pragmática conversacional en 1975. En particular, el renovado interés sobre nuestras interacciones comunicativas espontáneas se sienta sobre la base de los numerosos antecedentes que proveen científicas, lingüistas, investigadoras y economistas con respecto a un fenómeno que les afecta directamente y que se encuentra extendido por todos los ámbitos profesionales, pero también en las esferas personales de sus vidas: la interrupción.
Acabar la frase de otro puede ser un acto de complicidad y hasta una muestra no intencional de conexión íntima; sin embargo, aquí no nos referimos a esa situación. La interrupción comunicativa se produce cuando una persona se encuentra realizando una intervención y otra, sin esperar a que esta termine, impone su discurso por sobre el de la primera. Este fenómeno se diferencia del solapamiento cooperativo en el que dos o más interlocutores hablan a la vez con el propósito de proveer de más datos, reafirmar lo que su contertulio está expresando o simplemente intensificar para mostrar interés. El solapamiento es cooperativo, mientras que la interrupción es un ejercicio de poder, una agresión simbólica.
Son múltiples los estudios que dan cuenta de que a las mujeres se les interrumpe más que a los hombres y que estas, a su vez, tienen tendencia a interrumpir con mayor facilidad a sus congéneres que a los hombres. Robarle la palabra a otra persona es un ejercicio de poder, es llevar a la práctica conversacional un campo de batalla y hacer una ostentación de fuerza: soy más inteligente que tú, sé más cosas, no entiendes sobre esta materia y, aunque acabas de decir lo mismo que yo diré, te lo diré.
«Los hombres me explican cosas» es el ensayo que da inicio al libro homónimo de Rebecca Solnit y que recoge diferentes reflexiones de la autora sobre el feminismo. En él, Solnit cuenta la historia de cómo un hombre se pasó parte importante de una velada explicándole a ella, de modo condescendiente, un libro que ella misma había escrito. La experiencia relatada resonó en tantas mujeres y de tan diversas ocupaciones que dio origen al neologismo «mansplaining». Pero ¿qué puede hacer una mujer cuando se ve en esta situación?
Kamala Harris, la vicepresidenta electa de Estados Unidos, brindó un ejemplo precioso de qué puede hacer una mujer cuando se le busca interrumpir de modo insistente. Frente a la porfía y la repetitiva interrupción de Mike Pence, su contendor en un debate, Harris señaló: «Señor vicepresidente, estoy hablando». Podría parecer un acto sencillo y poco elaborado —probablemente lo es—; sin embargo, constituye un acto certero que muestra valía, determinación y educación.
Hay pocas acciones que puedan ser tan efectivas como poner en evidencia el mal comportamiento de otro, y cuando Kamala Harris espeta su «Señor vicepresidente, estoy hablando» realiza dos acciones simultáneas: por una parte, avergüenza a Pence al poner de manifiesto sus intentos obsecuentes por silenciarla y, por otra parte, le declara públicamente que ella no está dispuesta a ser silenciada, que no permitirá que le roben la palabra, que se tomará la palabra.