El hecho de haber sido el primer país del mundo en adoptar el bitcóin como moneda de curso legal podría, por lo visto hasta hoy, convertirnos en una nación cosmopolita, multirracial y pluricultural.
Para que un país se convierta en algo así debe haber un componente, un atractivo que provoque el interés de personas deseosas de emigrar a lugares que les ofrezcan mejores oportunidades, y eso es, precisamente, El Salvador ahora: un lugar ideal para la inversión, el desarrollo y el esparcimiento.
Otro aspecto que me lleva a pensar que es posible tal transformación es la apertura necesaria que la recién aprobada divisa digital exige y que abre la posibilidad de nacionalizarse a quien desee afincar aquí sus inversiones, así como el interés que han mostrado expertos conocedores del tema y otros cuyo fin es entender el funcionamiento de la nueva moneda. Hay también quienes piensan en hacer de este país su segunda patria simplemente porque quieren ser testigos de primera mano o, si fuese posible, tomar parte en este proceso innovador que promete revolucionar el mundo entero.
Sin embargo, lo más importante es que quienes pretenden naturalizarse no son personas que vienen con las manos vacías. Todas, sin importar su nacionalidad, traen consigo inversión, tecnología, arte, cultura y un sinfín de conocimientos que, sin duda, enriquecerán a nuestra sociedad.
Cuando el presidente Bukele hizo el llamado a invertir en el país, no hubo exclusividad ni se cerró las puertas a nadie que de forma legal y honesta quisiera tomar parte en este visionario proyecto. Por eso pienso que la diversidad de quienes en un futuro cercano querrán hacer suya la nacionalidad salvadoreña está garantizada. Diversidad que, por lo que ya expliqué, traería para nosotros múltiples e indiscutibles beneficios.
La reciente llegada al país de personas de distintas nacionalidades, entre los que hay cineastas, empresarios y hasta un ingeniero aeroespacial de origen francés, muchos de ellos con sus familias y en proceso ya de regularizar su estatus migratorio, son prueba fehaciente de que lo que aquí digo sí tiene una base real.
Nuestra sociedad se transformará porque nos acostumbraremos a vivir entre personas racial y culturalmente distintas, algo que nos hará desterrar ciertos atisbos de xenofobia que solemos tener incluso con gente de nuestro mismo país o de las naciones vecinas.
Cuando eso suceda será posible ver a personas de diferentes nacionalidades, razas y culturas disfrutando de nuestro país y aportando al mismo tiempo lo propio de sus latitudes, aprendiendo ellos y nosotros que podemos vivir juntos sin que importe el origen de cada uno.
Es importante también decir que esto es algo que la oposición difícilmente entenderá. A ellos les parecerá una fantasía o, quizá, una utopía. Porque su visión no llega más allá de sus narices y porque sueños así de grandes es imposible que quepan en sus reducidas cavidades encefálicas.
Finalmente, quiero hacer notar que en todo esto también hay algo que pone en evidencia la visión de cada país y en lo que busca convertirse. Me refiero al hecho de que, mientras otros reciben y nacionalizan a ciertos corruptos que huyen de la justicia, nosotros, en cambio, nos aprestamos a recibir y nacionalizar a personas que vienen con la intención de trabajar honestamente y aportar a nuestro crecimiento.