Se creyó por mucho tiempo que las pandillas no podían ser derrotadas por las autoridades por dos factores. El primero, que superaban abiertamente en número a los cuerpos de seguridad, y el segundo, porque las pandillas no estaban amarradas a lineamientos y leyes que limitaran su accionar. Esto, más que ser verdad, parecía un hecho. Después de casi 30 años de asedio de las maras a los territorios del país, parecía un fenómeno sin freno aparente.
Desde el pasado 26 de marzo, la implementación del régimen de excepción ha demostrado que esas hipótesis no eran ciertas, pues en pocos meses las cosas han cambiado drásticamente en favor de la sociedad salvadoreña. Entonces, ¿qué es parte de los hechos que se han logrado consolidar? Sin lugar a duda, el hecho de que las autoridades siempre han tenido la capacidad y la voluntad de acabar con el flagelo de las pandillas y lo están logrando; el segundo hecho, que su capacidad operativa siempre había sido reducida por intereses fácticos de otros gobiernos, y cómo no iba a ser así cuando el enemigo del pueblo era su principal herramienta política para ganar elecciones financiando a los grupos terroristas que tenían sumido al país en una profunda pesadilla.
Miles de hombres y mujeres valientes en la Policía y en el Ejército estuvieron atentos a las disposiciones que conllevaría la guerra abierta contra las pandillas, el momento había llegado. Por años, atrapaban una y otra vez a los mismos terroristas, muchas veces por graves crímenes como homicidio, y a los días estaban nuevamente en las calles, sedientos de venganza, persiguiéndolos y a veces asesinándolos en sus hogares o asesinando a civiles inocentes por sospechar de ser quienes los habían denunciado. ¿Se imaginan la frustración de un agente de autoridad que exponía su vida y arriesgaba todo para sacar de las calles a un peligroso criminal, para que el sistema le pagara volviéndolo a poner en las calles y con un motivo para que atentara contra él o su familia? Pero la pugna de jueces corruptos abrió la puerta que siempre se cerró en la cara de portazo a los hombres más valientes.
Toda la información que se recopiló durante décadas, residencia, escondites, familiares, lugares de ocio de los pandilleros, siempre lo sabían, pero sin un delito flagrante los terroristas se reían en la cara de las autoridades. Tras la reforma histórica del Código Penal y la instauración del régimen de excepción, llegó el momento que todos estaban esperando. Ser pandillero era delito. Ahora todo lo recopilado y lo sufrido tendría un motivo para dar el máximo de sacrificio. Un policía vive sus días desde que hace su juramento con la vida prestada. Su vida pertenece al pueblo y para el pueblo, para defender a desconocidos, pero no extraños, pues defiende a sus hermanos salvadoreños de otros que olvidaron el amor por los demás por perseguir interés mezquino y malvado.
Así comenzó el primer avance en una guerra abierta en todos los frentes, día tras día, casa por casa, cuarto por cuarto, colonia por colonia, en bosques, manglares, ciudades, pueblos, playas, montañas, clases sociales, etcétera. Algunos héroes ya ofrendaron sus vidas en el cumplimento del deber, pero sus asesinos ya fueron capturados y a la espera de justicia, y aquellos que osaron levantar un arma en contra de nuestros agentes ahora son la mancha de sus familias, como terroristas muertos. Llegados a este punto de no retorno, no hay vuelta atrás: es una lucha de vencer o morir. Grupos terroristas cobardes motivados únicamente por el dinero y los placeres mundanos de la vida jamás ganarán contra el poder del Estado y el pueblo salvadoreño juntos. Eso lo estamos viendo con la cantidad de reclusos capturados y sus agónicos intentos por evadir a las autoridades realizando dolorosos procedimientos para ocultar sus tatuajes, que antes lucían con tanta arrogancia.
El pueblo se ha quitado las cadenas y los grilletes que le había impuesto un sistema diseñado por una élite corrupta que se enriqueció a base del caos, la muerte y la pobreza de millones de salvadoreños. Las pandillas pagarán el precio por haber sido la marioneta y el sicario a sueldo de estos genocidas. La justicia llegó y el antiguo sistema corrupto ha caído pedazo a pedazo. El momento de saldar cuentas se ha presentado.
Dios puede perdonarlos, pero es el mismo Dios quien nos dio la libertad de crear las leyes terrenales, estas que sirven para que la gente viva bajo los límites de la tolerancia y legalidad; harán las paces con el creador reflexionando sobre cómo destruyeron la vida de miles de salvadoreños, pasando el resto de su vida dentro de una cárcel, siendo olvidados por sus familiares con el pasar de los años, intentando recordar cómo era de valioso un acto tan simple como salir a comprar un pan de carretón o un refresco en la tienda.
El pueblo aprenderá a ser celoso de la paz que estamos creando, será un fiero protector de sus colonias y de sus jóvenes, no volverá a permitir que nadie llegue a quitarle la tranquilidad que ha costado tanta sangre y sufrimiento. El pueblo ahora decide por sí mismo, el pueblo ahora vive sin cadenas.