Es domingo, desde la tarde, entre líneas dibujando palabras que traten de comunicarse contigo, lector o lectora asiduos a la comunicación, la conciencia crítica y pendientes de una nueva propuesta que te deje algo positivo para analizar sobre un comportamiento social y fundamentalmente humanista.
Linda la tarde… siempre nublada de espejismos y violetas imaginando un sueño. Sol enfurecido porque la dulzura del invierno se empeña en quitarle su poder de fuego y disolverlo en cristales transparentes para humedecer el tiempo, darles vida a los cauces de todos los ríos y riachuelos de la ciudad. Y aquí detenemos la poesía, porque pensamos en las inundaciones, los marginados y la muerte cercenando cualquier apreciación subliminal.
Desde el origen de la vida los primeros microorganismos se hicieron la guerra por competencia y establecer la carrera que ponían en la delantera a los más fuertes, y hasta hoy las guerras actuales y por venir, las bombas atómicas y futuras (muy próximas) guerras espaciales determinan, marcan la ruta de nuestro destino: competitividad para superar la especie. De los abuelos recuerdo ese «qué horror, Dios mío, el mundo se va a acabar», vaticinaban en 1800, en 2000 y vamos por 2023, muy lejos de aquellas guerras prehistóricas en Egipto.
¿Pero qué es lo importante? Que el ser humano tiene solo dos opciones: pertenecer a ese mundo competitivo o ser víctima de la inercia de los tiempos donde no participa, sino que es utilizado, sirviente, marginado, ausente del desarrollo progresivo de su mente y sus condiciones como especie. Y cómo participa si no está integrado, y cómo se integra si no tiene los atributos sociales, económicos, intelectuales y hasta físicos para ser parte de un proceso de desarrollo.
Las sociedades —todas y desde su origen— establecen diferencias como vimos en párrafos anteriores; entonces, la política, «ese arte o ciencia de gobernar», aparece como el «fenómeno» que vino a establecer los parámetros de vida entre los diferentes y los iguales, encausados en una lucha entre ellos para su supervivencia. ¡Nos detenemos! y observamos aquella definición —creo aristotélica— de «política». ¡Eureka! Aquí está la clave del calvario en todo nuestro social universo. El meollo de nuestros eternos males y su imposible solución. ¡Grande descubrimiento! Veamos: «Política es el arte o ciencia de gobernar» ¡Claro! ¡Ahí está el detalle!, como diría Cantinflas. Esa es la causa de todos los males, «elemental, mi querido Watson». No hemos tenido jamás un artista ni un científico que haya gobernado. Solo militares, comandantes, demagogos, ególatras, ignorantes, ambiciosos del poder o nómbrenme a un artista o científico que nos haya gobernado hasta ahora. O sea que no hemos tenido a políticos en el poder y justo estas últimas décadas decadentes han sido un peregrinar de ilusiones.
Siempre hablamos de «la ciencia de hacer política» o del «arte de gobernar», pero la sed del poder y la importancia que este le da al ego transforma al individuo y lo ubica en la oportunidad de cumplir lo que para él desea intrínsecamente. Lo que su naturaleza le ordena y el interés de las personas que lo eligieron en beneficio de ellas mismas, porque justo ahí terminan todas las formas y análisis: en los intereses. Humanos y muy particulares. Cuando tienes el poder en la mano, o lanzas la piedra o la lanzas; jamás le pegarás a tu cabeza con la piedra.
¿Para qué quieres el poder? Para resolver los problemas que aquejan al conglomerado donde vas a gobernar. Sin ir muy lejos, en nuestro El Salvador la problemática más grave en toda su historia ha sido la inseguridad personal, y que los que se adueñaron de nuestro país fueron los herederos de la Colonia. Ergo el hambre, el desempleo, la vivienda, el agro (café, cacao, azúcar, etcétera) siguieron en manos de aquellos, y los gobernantes… nada que ver con el arte y la ciencia; solo explotadores, terratenientes y amos de todos los recursos naturales de nuestro país. Y el pueblo salvadoreño, totalmente marginado, hundiéndose en la miseria…Y estamos hablando de más de 200 años. Más de 100 «gobernantes» al servicio del oprobio y la degeneración de un pueblo, justo el pueblo más valioso y humano que haya conocido el universo: el pueblo salvadoreño.
Este domingo terminé de dibujar esos acentos de grafismos, con el paladar inmerso en las sensaciones de esperanza en el amor que hoy vivimos; los sueños que imaginamos realizar en un futuro muy cercano, porque todos los esfuerzos que hacemos hoy van vislumbrando un nuevo país para nuestros hijos.