Hace 50 años, el miércoles 19 de julio de 1972, en horas del mediodía, el Ejército ocupó militarmente la Universidad de El Salvador. Era rector el doctor Rafael Menjívar y era presidente del país el coronel Arturo Armando Molina. Este llegó a ese cargo en medio de una encendida lucha política. Fue en este año, 1972, cuando creamos la Unión Nacional Opositora (UNO), una alianza política entre el Partido Demócrata Cristiano, el Partido Comunista de El Salvador y el Movimiento Nacional Revolucionario. El candidato presidencial fue el ingeniero José Napoleón Duarte, prestigioso dirigente democratacristiano, gran líder opositor y luchador por la democracia.
La campaña electoral de ese año fue sangrienta y brutal; la dictadura militar de derecha, cuyo partido político era el Partido de Conciliación Nacional, fue rebasada por la voluntad del pueblo de darse un gobierno diferente al de la dictadura militar, que venía funcionando desde 1932.
En marzo de ese mismo año, el Ejército salvadoreño se rebeló ante el gigantesco fraude electoral contra la UNO. El coronel Benjamín Mejía y el mayor Pedro Guardado encabezaron un levantamiento militar contra el gobierno militar. Este fracasó y la represión de la dictadura se acrecentó.
Esta década de los años setenta funciona como una especie de bisagra histórica entre los años 60, de lucha de masas, y la década de los ochenta, de guerra popular. En estos años setenta aparece la lucha armada, a partir de destacamentos de capas medias radicalizadas por la crisis. Y, con todos estos componentes en mente, resulta lógico que la cabeza militar de los militares, que constituían la clase gobernante en esa época, pensara, equivocadamente, que el epicentro de la erupción social, que estallaba en todo el territorio, era la Universidad de El Salvador. Por lo tanto, la solución era golpear a la UES, paralizar su funcionamiento y controlarla militarmente.
Por eso, la operación militar consistió en capturar a las autoridades universitarias, expulsarlas del país, destruir los laboratorios, dañar todo lo relacionado con la enseñanza universitaria y organizar un nuevo poder bajo su control. A partir de ese momento, una fuerza militar conocida como Los Grises, porque ese era el color de su uniforme, pasó a controlar físicamente el campus y aparecieron autoridades nombradas por el Gobierno. Para hacer todo esto contaron con la complicidad de la Corte Suprema de la época, que resolvió la legalidad de la operación y su legitimidad, en nombre de la democracia.
Esta operación formó parte de la política contrainsurgente que el Gobierno de la época venía desarrollando para enfrentar una previsible insurgencia popular que parecía estallar en cada esquina, en cada recodo de los caminos más polvorientos. El cálculo político de los oligarcas, que constituían la clase dominante, y de los militares, que eran la clase gobernante, fracasó totalmente.
El movimiento estudiantil, corazón de la lucha política en la universidad, al impedírsele desarrollarse en el campus universitario aprendió a desarrollarse en el territorio nacional, y en cada departamento se crearon grupos pequeños y grandes que, como una gigantesca red, fue construyendo un nuevo pensamiento político, en donde el movimiento estudiantil y el movimiento obrero y campesino podían constituir un solo puño para luchar eficientemente contra la dictadura. Por eso la consigna fue «obreros y estudiantes unidos y adelante».
Este proceso de construcción política culminó con una gigantesca asamblea estudiantil en el auditórium de la Facultad de Derecho de la UES, en octubre. Ahí, el estudiantado nombró al Consejo Ejecutivo de la Asociación General de Estudiantes Salvadoreños. Todo esto en las narices de Los Grises, que habían cercado la facultad. Por supuesto, el corazón de nuestro planteamiento era la recuperación académica de la UES. Lo que se hizo en ese momento crucial fue recrear y organizar el movimiento estudiantil afuera de la universidad para después, con esa fuerza organizada, regresar a la universidad y ocuparla estudiantil, política y académicamente. Esta política mostraba y demostraba que las universidades resultan ser siempre un rodaje del sistema dominante, pero cuando estas universidades son centros productores de ciencias y de conocimientos, tienen que volverse subversivas, porque adquieren capacidad de confrontar con la realidad dominante y su capacidad científica les permite descubrir la verdad debajo de las piedras. Por eso, entre una universidad que produce ciencia y la realidad social se construye siempre una relación de mutua y recíproca influencia, en donde el factor determinante resulta ser siempre la realidad de la sociedad en la que esta universidad funciona.
La Universidad de El Salvador fue, en ese momento, instrumento de la realidad histórica de nuestro país, como deben ser todas las universidades para volverse pertinentes en la sociedad.
Bajo la ocupación militar, la vida estudiantil y académica reverdeció y renació. Pero sabíamos que el bloque oligárquico dominante y su ejército gobernante habían decidido que la UES dejara de ser la universidad del Estado, como lo venía haciendo de manera pedregosa desde 1843. Se había decidido avanzar hacia la privatización de la educación. Los acontecimientos estaban situados ya en el territorio de la neoliberalización y la confrontación siguió creciendo a tal grado que, tres años después de la ocupación, en julio de 1975, el Gobierno del coronel Molina decide masacrar una manifestación de estudiantes que había salido de esa universidad ocupada militarmente por ellos.
El daño fundamental de esa ocupación fue académico y científico, pero en ningún momento se detuvo el pequeño motor político que luego haría mover el gigantesco motor que produjo la guerra popular de 20 años.