Esto de Acuerdos de Paz es un nombre discrecional, porque en la noche del 31 de diciembre de 1991 y en la sede de Naciones Unidas, en Nueva York, nos dimos cuenta de que no le habíamos puesto nombre al documento que contenía todos los acuerdos más importantes alcanzados después de largos años de negociación y de guerra popular. Alguien sugirió el nombre de «acuerdos de paz» y todos estuvimos de acuerdo, sobre todo porque el secretario general de la ONU Javier Pérez de Cuéllar, que no había firmado el documento, ya tenía listas sus maletas para irse de vacaciones. De modo que no había tiempo que perder, y así fue como apareció este nombre sugestivo para la historia de nuestro país.
En realidad, se trata más bien de acuerdos de guerra, ya que una guerra victoriosa del pueblo salvadoreño fue lo único que posibilitó que las poderosas oligarquías de El Salvador y los imperialistas gringos accedieran a negociar. Hemos de saber que solo los fuertes negocian y los débiles nunca jamás serán sujetos de negociación y siempre estarán sometidos a los poderes superiores. Estos acuerdos, por eso, expresan una correlación de fuerzas político-militares favorables para que los dueños del país accedieran a hacer ciertas concesiones en ciertos temas y en ciertos límites. En la medida en que estos acuerdos dependieran de la fuerza combatiente de la guerrilla del FMLN se podía avanzar y alcanzar ciertas conquistas democráticas.
Fueron los fusiles de los combatientes y no el entendimiento de las oligarquías o de los gringos los que hicieron posibles estos acuerdos políticos que pusieron fin a la guerra, pero no solucionaron el conflicto.
Normalmente se llama paz al intermedio entre una y otra guerra y se considera que hay paz en una sociedad cuando sus mayorías aceptan los dictados y los intereses de las minorías poderosas. Entonces, estas últimas declaran que hay paz y determinan que hay guerra cuando estas mayorías se levantan en rebeldía contra los intereses y los dictados de estas minorías opulentas.
Esto significa que la confrontación entre guerra y paz es aparente, porque ambas se nutren de las mismas realidades sociales y porque toda guerra resulta ser la continuación de la política por otros medios, precisamente violentos.
Apreciamos, así, que el fin de la guerra en nuestro país fue simplemente el inicio de la guerra, pero de otra que llevaba en sus entrañas otra paz. Aparentemente cesaron los disparos, pero al mismo tiempo continuaron estos disparos. Una guerra popular fue sucedida por una guerra social y en la medida en que las negociaciones entre oligarquías y sectores guerrilleros afianzaron el reino del mercado y el de las mercancías y sacaron de la economía, la educación, la salud, el trabajo, del presente y del futuro, a miles de muchachos y muchachas, en esa misma medida, una guerra popular de 20 años fue sucedida por una guerra social que ya lleva 31 años. La paz y la guerra pueden convivir en armonía insospechada, aunque las sociedades humanas prefieran siempre creer que están viviendo en paz.
Lentamente, la sociedad fue entrando en nuevas tuberías de convivencia en donde las mercancías sustituyeron al pensamiento y la imaginación de las personas. Los celulares degollaron los contactos humanos y las miradas de los muchachos y las muchachas, y las computadoras construyeron en los cerebros una realidad tan virtual que, a estas alturas, las personas tienen dificultades para descubrir la realidad real. Por eso, el reino de la compraventa y el precio se ha instalado en la psicología humana, porque la vida navega en un mundo donde todo se vende y se compra, todo tiene precio y nada tiene valor. Así resulta difícil capturar la realidad, es la apariencia la que habita todos los días en la psicología humana.
A 31 años de estos acuerdos políticos, la necesidad de la lucha política del pueblo asume carácter de urgencia. Cuando el mundo se estremece y aparece la posibilidad de establecer un nuevo juego con nuevas reglas, nuestro país ha de tomar decisiones que le permitan sobrevivir en la crisis profunda del capitalismo global que se viene encima. Más allá de lo que los gobiernos decidan hacer, serán las acciones de las comunidades, en todo el país, las únicas que podrán asegurar que tengamos agua para beber, frijoles y tortillas para comer, oxígeno para respirar, tierras para trabajar, medicinas para curarnos, aulas para aprender y todo esto exige, como nunca, un intenso trabajo político de todos los sectores populares de diferentes colores y religiones y de diferentes regiones del país.
Necesitamos una fructífera concertación con los países de Centroamérica, y sin falta con los hermanos hondureños, pero también con Guatemala y Nicaragua, recrear y fortalecer el sueño de Morazán para lograr sobrevivir.
La lucha política a desarrollar será en las condiciones más difíciles, en medio de inevitables confrontaciones y acuerdos que para todos nosotros resultan ser procesos inevitables para sobrevivir como sociedad y país. Habrá que sustituir el individualismo reinante por nuevas formas de vida colectiva y social, superar el reinado de las mercancías e implantar el ejercicio de la solución a las necesidades más urgentes para construir finalmente liderazgos reales surgidos de las entrañas de la sociedad y de las comunidades.
El mayor peligro que se cierne sobre la humanidad es el cambio climático, ya instalado en el planeta y agravado por el capitalismo más salvaje que hayamos visto jamás. Esta amenaza mortal encuentra a nuestro país vulnerable, desarmado y desnudo.
A 31 años de los acuerdos que pusieron fin a la guerra de 20 años resulta imperioso que el pueblo mismo construya nuevos acuerdos que le permitan subsistir frente a la voracidad de las empresas transnacionales y de los gobiernos que se dan cuenta de que las fuentes de energía, el oro, el petróleo y el gas no están en sus territorios sino en los de países que en estos momentos tienen fuerza suficiente para defender sus recursos y venderlos a buen precio a todos aquellos que lo necesiten. Nuestros países que también tienen recursos, algunos desconocidos, han de ser capaces de defender en primer lugar su medioambiente, de revivir y lograr que renazcan sus ríos y lagunas, de fortalecer su agricultura y concertar acuerdos ambientales con Centroamérica y Mesoamérica. Todo eso se llama paz, asegurada con la mayor fortaleza y conciencia de los de abajo.