El proceso histórico de la humanidad se ha caracterizado por diseñar y transmitir diferentes narraciones de la historia del mundo y la civilización. Cada una ha planteado su propia ideología, desde la perspectiva que cada una de ellas es la verdad absoluta. Sin embargo, no han sido capaces de satisfacer, sostener y englobar las necesidades espirituales y materiales de los pueblos en los que han sido aplicadas.
Para poner un ejemplo, el cristianismo, los islamistas, los iluminados o ilustrados, los comunistas o los capitalistas han visto que sus planteamientos han sido vulnerados desde la perspectiva de la realidad. Todavía la cultura occidental se amarra a los postulados filosóficos y éticos de la Grecia antigua, en otra realidad a miles de años tiempo. El cristianismo ha sufrido segmentaciones desde su concepción teológica, filosófica y orgánica. El islam sigue siendo motivo de luchas fratricidas. Y el comunismo demostró que su teoría del Estado y la sociedad era ilusoria.
Parecía entonces que con la edad de la razón y el método científico se había encontrado la fórmula mágica del desarrollo de los pueblos y el bien de la humanidad.
Desafortunadamente, o mejor dicho afortunadamente, el pensamiento y la realidad han permitido que estas grandes narraciones sobre el mundo y su progreso sean continuamente cuestionadas en estos tiempos de la posmodernidad. Las contraargumentaciones parten de una premisa básica: ¿quién define qué es la verdad y quién legisla o aprueba que esa es la verdad correcta? Por supuesto que cada uno de los diseñadores y narradores de esas grandes historias. ¿Es eso correcto o justo?
Pero la cosa no para ahí, con la época del desarrollo de la ciencia se creía que las religiones llegarían a su fin y el pensamiento científico primaría en la concepción del mundo y de las cosas. Sin embargo, el avance de la ciencia ha confirmado algunos postulados filosóficos y teológicos largamente cuestionados. De tal manera que en muchos ámbitos del saber y de la vida la población del mundo se ha vuelto crítica, incrédula, anárquica, sin un rumbo claro, definido en su concepción de la historia y del mundo en que vive.
Los que han experimentado el mundo de esas grandes narrativas saben que el pretendido progreso y justicia, el edén prometido, es una falacia para las grandes mayorías. Sin embargo, siguen soportando los modelos de explotación y miseria, no importa cuál sea la ideología imperante en el espacio del globo en que le tocó vivir, por lo que, a pesar de la belleza o el encanto de la idea, la realidad se impone. Por consecuencia, en lugar de la concepción integral de una narrativa ideológica específica, nada en un mundo existencial a la deriva.
Pero esa nueva ideología fragmentada que se visualiza en los medios de comunicación actuales, donde se reflejan millones de miniuniversos, no es otra cosa, a mi entender, que la búsqueda de una nueva forma de civilización que supere los metarrelatos existentes. Como un rompecabezas que se va al resumidero y por la misma gravedad de la vida que fluye, se va integrando, formando en un nuevo metarrelato de la historia sin fin de la especie humana.