El caso de Juan Orlando Hernández no es nada excepcional. Basta recordar que en las últimas tres décadas se volvió normal que los presidentes centroamericanos fueran acusados de corrupción, muchos de ellos fueran procesados y encarcelados.
Eso ocurrió en Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala. ¿Por qué? ¿Qué hizo posible que los ciudadanos de todos estos países votáramos una y otra vez por partidos y candidatos corruptos? ¿Cuál fue el elemento común en toda la región?
Por un lado, la implantación del crimen organizado y el narcotráfico; por el otro, la indiferencia, tolerancia o hasta la complicidad de buena parte de la comunidad internacional. Los primeros se tomaron las instituciones, y las casas presidenciales de Centroamérica dejaron hacer y dejaron pasar a ciencia y paciencia todo ese proceso degenerativo simulando que aquí no ocurría nada extraño.
Por eso el caso hondureño no es excepcional, sino muy típico. En su primer Gobierno, Juan Orlando Hernández combatió sin tregua y de manera efectiva, hasta exterminarlos, a dos carteles del narcotráfico, Los Cachiros y el del Valle, y la comunidad internacional lo celebró por eso y lo financió sin ningún problema.
Pero en realidad lo que ocurrió es que con esa operación JOH solo eliminó a su propia competencia, puesto que él y su hermano eran los capos de un tercer cartel: el de Occidente.
Sin embargo, aunque todo eso fue un secreto a voces, la comunidad internacional prefirió mirar hacia otro lado y guardar silencio cuando JOH se reeligió de manera inconstitucional y con el agravante de un fraude electoral demasiado evidente.
El juego continuó en su segundo mandato: la comunidad internacional volvió a celebrar que JOH destruyera las pistas clandestinas para las naves del narcotráfico, pero de nuevo no dijo nada cuando desde el Gobierno construyó remotas pistas públicas para el mismo fin criminal.
A principios de los años noventa, los narcotraficantes sudamericanos tuvieron problemas en la ruta que conectaba a Colombia con Florida, y comenzaron a usar a Centroamérica como ruta alterna. Fue por y para eso que necesitaban corromper y tomarse las instituciones y las casas presidenciales, creando así todo un entramado de complicidad criminal a escala regional.
JOH perdió el poder, ya no es útil para nadie y solo entonces lo capturan. Pero las cortes de Estados Unidos solo reducen penas a los criminales que delatan a sus superiores o a sus iguales, no a sus subalternos.
Ya desesperado, acorralado en los tribunales norteamericanos, ¿a qué poderosos cómplices regionales delatará JOH para intentar obtener beneficios procesales? La verdad saldrá a la luz tarde o temprano y todo el tinglado de la corrupción entronizada en Centroamérica quedará al desnudo.
Entonces, para esa peregrina parte de la comunidad internacional que celebra y protege al corrupto al tiempo que acusa de dictador al demócrata decente quedará claro quién es el único que está del lado de lo correcto y lo justo en nuestra región.