Una noche de agosto de 1989 un grupo de hombres fuertemente armados irrumpió en la casa de María Inés Alvarenga, en el pueblo de Santa Marta. Y se la llevó por la fuerza hacia una solitaria zona rural donde la torturaron y la mataron.
Los hombres eran guerrilleros de la Resistencia Nacional, una de las cinco organizaciones del FMLN, y la señora era una de sus colaboradoras, pero la acusaban de ser informante secreta de la Fuerza Armada.
Ahora, casi 34 años después, la FGR ha presentado un requerimiento contra los responsables de aquel alevoso asesinato, seis de los cuales ya han sido capturados, en tanto que otros dos han logrado huir, entre estos últimos, Eduardo Sancho de seudónimo Fermán Cienfuegos, quien fue miembro de la comandancia general o máxima jefatura del FMLN.
¿Puede ser considerado ese crimen como un suceso aislado o excepcional? No. De hecho, en mi libro «La guerrilla que asesinó a sus hijos» he documentado que la jefatura de las FPL, otra de las organizaciones del FMLN, también torturó y asesinó a más de mil combatientes y colaboradores de sus propias filas entre 1986 y 1991.
En realidad, la historia de todas las agrupaciones del FMLN está plagada de ese tipo de asesinatos a los que en la jerga guerrillera se les denominaba «ajusticiamientos». Tal fue el caso de la ejecución sumaria del poeta Roque Dalton, ordenada por la jefatura del ERP, en 1975, o el asesinato brutal, 80 puñaladas, de Mélida Anaya Montes, ordenado por el jefe máximo de las FPL en 1983.
Una cosa es el enfrentamiento militar en el que se puede matar o morir y que requiere dosis de abnegación, sacrificio y heroísmo y otra cosa muy distinta es el crimen selectivo perpetrado con toda alevosía. En el primer caso, se trata de combatientes; en el segundo, de simples asesinos.
Repito que esos asesinatos no son hechos aislados o excepcionales, sino que son consustanciales a la naturaleza y la ideología de la izquierda, cuyo ideal, desde los años sesenta, fue encarnado o personificado en Ernesto Guevara, el Che. Pues bien, fue el mismo Che quien, en 1967, en su célebre «Mensaje a la “Tricontinental”» escribió la siguiente frase, que por lo demás lo explica todo: «El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar».