Entre los expertos económicos que van por el mundo interpretando los indicadores con que miden el crecimiento o decrecimiento del PIB o el riesgo país se cuenta el siguiente chascarrillo: ¿en qué se parece Cristóbal Colón a un economista? En que cuando salió no sabía para dónde iba, cuando llegó no sabía dónde estaba… Y todo lo pagó el Estado.
El problema es que estos expertos, que se consideran puramente técnicos y que reducen su campo de visión al conjunto de datos que constituyen lo que ellos llaman una política económica, miden la riqueza de un país por el ingreso, aunque dicho ingreso se concentre solo en el pequeño pero poderoso grupo de la élite de ese país.
Y entonces hablan de una economía saludable o vigorosa. Pero eso es nada más un espejismo.
Ignoran, o quizá quieren ignorar, que en virtud de un fenómeno denominado doble movimiento, a más concentración de riqueza en pocas manos, más desigualdad e injusticia social.
En toda Latinoamérica los términos de la ecuación serían estos: oligarquías muy ricas, Gobiernos pobres y débiles, clases medias involucionando a la pobreza y pobres degradándose a la extrema pobreza.
Pero hay otro tipo de estudiosos que rechazan de tajo el concepto de política económica y prefieren hablar de economía política. No se trata de una simple inversión retórica de los términos. Estos estudiosos creen que toda política que al final no se traduce en una mejoría sensible en los bolsillos de la inmensa mayoría social no tiene sentido.
Es decir que el verdadero indicador de la riqueza de un país, o de una economía saludable y vigorosa, no es el dato bruto del ingreso o del crecimiento del PIB, sino el nivel de reducción de las desigualdades y las injusticias sociales.
Por eso consideran que la economía es en realidad la quintaesencia o el superobjetivo de la política. Según esta corriente de pensamiento, es perfectamente verificable que las sociedades más felices no son las que albergan a más millonarios en su seno, sino las que han logrado la mayor ampliación de la clase media, al reducir constantemente la pobreza y eliminar la extrema pobreza.
En este punto se ve con claridad que el problema central no reside en la mera técnica económica. El problema central es el pensamiento político que determina el curso de los planes económicos, en tanto que la política no es otra cosa que la administración y solución de los problemas públicos.
Considerada desde esta nueva perspectiva la relación entre la política y la economía, los salvadoreños podemos entender las diferencias y las tensiones entre ANEP-Fusades y ARENA-FMLN y el Gobierno de Nayib Bukele. Aquellos llaman gasto a la inversión y crecimiento económico a la concentración del capital, en tanto que este llama riqueza a la reducción de desigualdades e injusticia.
Ahora, en El Salvador, este es el verdadero centro de la disputa política y social.