(Escrita en conjunto con el indigenista Fernando Palomo, Masat Istak o Venado Blanco)
Plantear la tradición indígena es reconocer su existencia y deuda histórica. Ciertamente, cuando se habla de este tipo de práctica, se refiere a toda pauta de convivencia que la comunidad como tal ha de considerar digna de instituirse y mantenerse para que sean aprendidas por las nuevas generaciones. Estas tradiciones indígenas están aún latentes en comunidades como Santo Domingo de Guzmán, Panchimalco, Izalco, Nahuizalco y otras más, que presentan todavía una pequeña población de hablantes del náhuat.
El proverbio maya «Cacal xuxac má uchuc yeztal ixími» («Espéjate para que veas como eres» muestra no solo la profundidad de su modo de vida, sino también cuánta falta hace en la sociedad actual una visión humilde y sabia para coexistir. Lastimosamente esta sabiduría se está invisibilizando en los territorios del país debido a que las nuevas generaciones (incluyendo sistema social, educativo, religioso, etcétera) no sienten el atractivo y la importancia para participar en dichas celebraciones y «modus vivendi» ancestral.
Incluso se podría determinar que la profecía del último de los tlatoanis, Cuauhtemoc Xocoyotzin, se está diluyendo: «El Anáhuac está floreciendo, y sobre todo ahora que nos aproximamos a la fecha esperada, el año 2027, cuando las comunidades indígenas del Abya Ayala estamos esperando la celebración del fuego nuevo, muchos se están preparando, investigando, purificando, aprendiendo, conociendo y practicando la tradición».
Empero, contrariamente a esta triste realidad planteada con antelación, hay sectores con grandes esfuerzos propios que están luchando por mantener viva la ancestralidad; incluso hace ya muchos años se están reactivando sitios ceremoniales sagrados para celebrar y conmemorar solsticios, equinoccios y otra variedad de ceremonias de origen indígena, alimentando estos lugares sagrados con las ofrendas y como antesala al gran fuego nuevo de 2027.
De ahí que ante la realidad de la globalización económica y de la transculturación, la enseñanza de otros idiomas, costumbres y actividades provenientes de pueblos poco naturales han arrebatado impetuosamente la consonancia cultural de los pueblos indígenas hasta el paraje de parecer inicua e innecesaria. Aun así, las usanzas originarias se están fortaleciendo y cada vez más personas están buscando conocer y practicar las tradiciones hereditarias para acercarse a la originaria identidad cultural.
Por tanto, hay que fortalecer la cosmovisión indígena, revitalizar la lengua náhuat, la medicina ancestral, la identidad cultural, los valores mayas, el orden natural, que son las leyes ancestrales, y escuchar desde el interior la voz del corazón; como decían los atat, ese mensaje que se lleva en la sangre para honrar a los ancestros. La madre Tierra está latiendo y acariciando las plantas, dando su código para recibir la fuerza y cumplir con su mandato.
De tal suerte que el Anahuac florece y ya está llegando el tiempo de prosperar la identidad del imperio de Cuscatlán; sin duda alguna, para ello es necesario tomar conciencia colectiva e individual, participar en los calmecac, es decir en los consejos, que permitirán hoy que se está dignificando a este bello pueblo elevarse por encima del dolor del pasado e ir hacia tiempos de mayor gloria, con políticas públicas que por fin están pensadas en el pueblo y acogiendo con amor y respeto la gran tradición de los pueblos originarios.
¡In Lakech Hala Ken!