En una de las obras literarias de mayor importancia en la lengua inglesa, y ahora en todo el globo terráqueo, «El país de las maravillas», de Lewis Carroll, su personaje principal-secundario expresa: «No estoy loco, solo que mi realidad es distinta a la tuya». Esta frase es lapidaria tanto para el análisis de la vida personal o interior como de la realidad nacional vivida en la actualidad en el país.
¿Qué se considera locura o cordura? Hay ciencias que consideran tener la respuesta a esto; patrañas, solo deciden sobre el hombre, quién o qué… basta ver la realidad para darse cuenta de la soberbia para decidir la respuesta a la pregunta hecha con antelación. Al final, la evolución de la humanidad se ha dado más por aquellos considerados locos que por esos expertos de la mente humana que a veces no saben ni resolver su propia existencia.
Así pues, como diría Salvador Dalí: «Mi locura es sagrada, no la toquen». Sagrado todo aquello que eleva al ser humano por encima de la esclavitud impuesta o la autoesclavitud. Sobre todo si esa supuesta locura permite alcanzar el conocimiento de sí mismo y de la realidad circundante; por ende, la locura quizá ha sido mal entendida o adrede expuesta bajo criterios de sospecha inescrupulosa.
Pero es necesario analizar en profundidad esta situación que parece contradictoria, pues siempre se ha creído que la locura limita, pero también tenemos a grandes seres humanos que exponen lo contrario. La verdad (si me permite el querido lector tal atrevimiento epistemológico), es que las grandes mentes, grandes decisiones, grandes creaciones y los grandes amores siempre han necesitado de un poco o mucha locura para poder materializarse y mantenerse en el tiempo.
Por tanto, liberarse de las ataduras del qué dirán podría ser el inicio de la libertad, comprendida en esta columna como la locura de la autonomía. ¿Acaso una persona o un país no necesita de esta locura para parirse a sí mismo? Pues bien, así como se expone la imperiosa necesidad de la locura como medio de autonomía personal, así también se necesita de locura idealista para guiar una nación a su propio destino, aun cuando todos los demás países lo consideran un atrevimiento loco.
Lo que El Salvador está eliminando, reconstruyendo y creando a la luz de los países «expertos» es una locura, pero a la luz del pueblo y sus anhelos de libertad, dignidad y mejor vida es una realidad bendita, o como se expresó anteriormente, una sagrada locura. Pues bien, que esa locura responsable, digna y sagrada se esparza como pólvora por toda la patria y las naciones hermanas de la amada Centroamérica.
Ya lo decía el escritor latinoamericano Gabriel García Márquez: «Había la dureza de los senos, el hábito de la ternura, pero conservaba intacta la locura del corazón». Que se comprenda, acepte, ejecute y se mantenga la locura de los ideales, la locura del corazón, como diría el maestro de las letras populares. Que no haya ya escándalo en la locura, que no se siga permitiendo quién decide lo que es cuerdo o no, que cada persona y cada pueblo determine cómo ser, hacer y vivir; permitiéndose bajo el criterio de la autonomía ser libres y, por tal, ser locos en la propia cordura de dignidad.
Querido lector, comprenda tres cosas básicas que facilitarán el cambio de escándalo a teoría de felicidad: 1. Cada ser humano sabe muy bien qué lo hace feliz; entonces, la locura será su propia autonomía. 2. La frustración que se ha mantenido en la vida personal y social de los pueblos latinoamericanos se esfumará cuando la decisión sea tomada por su propia gente. 3. La grandeza del señorío de Cuscatlán (El Salvador) está naciendo por haber tomado la rienda en sus manos, lo cual es vista como locura por otras naciones.
Así que, amado lector, deje de preocuparse por los criterios soberbios de los que deciden qué es normal o anormal, y empiece a tomar su propia vida en sus manos, para convertirse, así como nuestra patria se está convirtiendo, en muy señor y señora de sí mismo.