La Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de El Salvador emitió un fallo en el que habilita que los presidentes del país puedan optar a la reelección inmediata, dando luz verde al actual presidente, Nayib Bukele, a un posible segundo mandato.
En el fallo, los magistrados ordenan al Tribunal Supremo Electoral permitir «que una persona que ejerza la presidencia de El Salvador y no haya sido presidente en el período inmediato anterior participe en la contienda electoral por una segunda ocasión».
Con el aval del supremo tribunal a la reelección presidencial inmediata se revierte un fallo de 2014 que la prohibía en los 10 años posteriores a dejar el puesto. Sin embargo, los magistrados de la Corte Suprema sostienen que el fallo emitido no implica de facto que el candidato llegue a ser electo, sino que «el pueblo tendrá entre su gama de opciones a la persona que en ese momento ejerza la presidencia».
Bukele, de 39 años, siempre ha negado cualquier acusación de autoritarismo y afirma que sus adversarios se oponen a sus políticas porque con el ascenso de su proyecto ven amenazados «sus privilegios».
En las elecciones pasadas, Nayib Bukele obtuvo el 67 % de los votos, una aplastante mayoría que hoy, a finales de su mandato, siguen aumentando esos niveles de aceptación al evaluar lo que ha realizado en su gestión y lo que le falta por entregar al país aún en vivienda, reconstrucciones y construcciones nuevas.
Mantiene esa definitiva ventaja de popularidad en las encuestas que genera la desesperación, la confusión, el lacónico y estremecedor llanto, los rabiosos ladridos y chillidos de hienas ante el inevitable destino de ser tirados a las pailas del infierno por sus actos de corrupción, prostitución de sus deberes de integración y defensa moral de la población, y dedicarse a enriquecerse, pactar con el crimen y terminar hoy prófugos de la justicia y las bolsas llenas producto de la gran corrupción.
El pueblo recuerda su reciente historia, desde los Acuerdos de Paz de 1992, cuando entregó el país, sin pestañar, el mismo gobierno, a los enemigos del pueblo, cómplices de la muerte de más de 85,000 salvadoreños en una guerra fratricida. El pueblo piensa «¿y cómo es esto que hacen una supuesta paz cuando fueron miles de crímenes de guerra? ¿Cuál fue el negocio realmente en esa sentada allá en los exquisitos salones del vetusto Castillo de Chapultepec?». El pueblo piensa «y fueron nuestros muertos y nadie paga esos muertos». Al comandante mayor de aquellos asesinatos le levantaron un obelisco y todos los gobernantes van a regar las flores de aquel monumento. Ese monumento debe ser derrumbado y los líderes de la que suponíamos era nuestra gran revolución terminaron corrompidos apenas tuvieron una oportunidad de poder.
De ese poder por el pueblo y para el pueblo se robaron miles de millones, y hasta renegaron de su nacionalidad para que los dejaran vivir la vidurria con el fruto de nuestro sudor, los dineros de nosotros, el pueblo.
¿Y estos son los mismos que hoy pretenden que el pueblo les vuelva a creer?
Ahora tenemos una opción válida, que ha demostrado y está demostrando cómo es que se gobierna para el pueblo, para tener un país digno y decente, enrumbado hacia un futuro de progreso y bienestar social, de seguridad social y con reales esperanzas, efectivas esperanzas de triunfar en el quehacer diario, rectificar diario y amar a nuestro El Salvador siempre.