A escala mundial circuló la noticia que el considerado mejor jugador del mundo, o el mejor jugador de todos los tiempos, Leo Messi, jugaría un partido amistoso en un país que hace poco era calificado como el más violento del mundo.
¿Messi en El Salvador? ¿Miss Universo en El Salvador? ¿Campeonatos mundiales de Surf en El Salvador? ¿3.4 millones de turistas en 2023 en El Salvador?
¡Quién iba a pensarlo décadas atrás! Cuando los ciudadanos vivíamos presos del terror en medio de una cruenta guerra civil protagonizada por ideologías de derecha e izquierda que solo buscaron enriquecer a sus dirigentes y, luego, sometidos a la criminalidad de las maras y pandillas terroristas que los mismos partidos políticos de la guerra apadrinaron con dinero, armas y adiestramiento a cambio de votos.
Nuestro país no era libre. Los toques de queda en la guerra y los que impusieron los pandilleros restringieron las libertades de los salvadoreños honrados y trabajadores, estancaron el desarrollo económico y social, alejaron a los turistas y a nuestros mismos compatriotas, mientras los políticos tricolores y rojos vivieron en sus burbujas de seguridad, pero con los bolsillos llenos de billetes.
Esa cantidad de salvadoreños vitoreando a Messi a su llegada al hotel de la capital, a medianoche, en una verdadera fiesta llena de emoción, no hubiera sido posible en esos tiempos de areneros y efemelenistas.
Algunos por ahí dicen que «el mundo de los espectáculos internacionales no tiene nada que ver con la política», y seguramente en muchas partes del globo terráqueo así sea, porque han vivido siempre en normalidad, en seguridad. Pero, incluso así, lo que deben entender es que la política está en todo, hasta en las decisiones religiosas.
Y quienes no conocen el pasado de sangre de nuestra nación —más de 75,000 muertos en 12 años de guerra, y los más de 100,000 asesinados en manos de pandilleros en 20 años— o pretenden «ignorarlo» porque son fanáticos de sus institutos políticos responsables de ese pasado no tienen solvencia moral ni ética para pretender que su opinión sea la verdad, solo los convierte en blanco de escarnios.
Nadie está tan loco para atreverse a exponer la integridad de famosos, ni competencias internacionales en naciones violentas, donde la vida no vale nada.
El Salvador ha cambiado, es libre y seguro ahora. Y esa es la verdad. La nación renació el 1.º de junio de 2019. Comenzó a reescribir su historia. Y eso les duele a algunos que intentan minimizar los grandes cambios. Desafortunadamente para sus bilis, también les afecta que el presidente Nayib Bukele sea admirado y respetado a escala mundial. Pancartas de aficionados al fútbol de naciones hermanas con frases de «queremos a un presidente como Bukele en nuestro país» o Nayib liderando encuestas en naciones de América del Sur lo dicen todo.
Por cierto, los cambios en El Salvador son tan notorios que la lista es larga de medios de comunicación internacionales que quieren venir para corroborar la seguridad, para preguntarle a la gente cómo vive ahora y para hacer reportajes de la cárcel más grande y segura del continente.
Si en menos de cinco años Nayib ha logrado dar un giro de 180 grados a nuestra historia, para bien de su pueblo y su desarrollo, y ahora es posible todo tipo de magnos eventos, imagínense lo que hará en más años como presidente. Y así será, lo dicen todas las encuestas y lo confirman las volcadas de la diáspora con su voto en el exterior. Él sabe lo que falta por hacer, las prioridades, y ya están en su agenda y en su visión de estadista. Las bases están puestas y consolidadas.
Lo que vive El Salvador ahora es una goleada histórica al pasado tenebroso, de dolor y de luto. Bien por nuestro lindo pulgarcito. Cuenta regresiva para continuar con la nueva historia.