La ilusión de un El Salvador mejor renació cuando se puso fin al conflicto armado que protagonizaron la derecha y la izquierda por más de 12 años. Muy probablemente, el «ahora sí será una realidad» motivó a la gente a acudir a las urnas por 30 años.
Pero, elección tras elección, lo que creció fue el conformismo de toda una nación. El bipartidismo ARENA-FMLN terminó de forjar la desilusión y de asesinar la esperanza en cada salvadoreño de tener un futuro mejor.
Diría que muy tarde comprendimos la gran farsa de los llamados «acuerdos de paz» que firmaron tricolores y rojos. Porque en realidad lo que hicieron fue un pacto de impunidad para protegerse de todos sus crímenes y corrupción, para lo cual establecieron un sistema sazonado por el poder fáctico, anclado en el voto duro y bendecido por los medios de comunicación y la comunidad internacional.
Como lo he expresado, la guerra civil en nuestro país tuvo su fin simplemente porque la Guerra Fría terminó, así como el financiamiento internacional —que sirvió para enriquecer a las cúpulas de la derecha y de la guerrilla— y el envío de armas de sus países protagonistas.
Es así como, firmado el común acuerdo de alternancia bipartidista para saciarse del poder, las propuestas de campaña hacia los salvadoreños se quedaron en papel. Los grandes planes de Gobierno solo se encuentran en algunos libros o en alguna nota digital, pero no en la vida de las familias salvadoreñas.
La verdadera herencia de los seis gobiernos nefastos de ARENA y del FMLN son los asesinatos de miles de salvadoreños, el descalabro económico y social, el enriquecimiento de sus dirigentes, de mercenarios locales y extranjeros con pluma, y el de los cabecillas de pandillas, a quienes también les permitieron extorsionar empresas y familias.
La brutalidad con la que ambos partidos políticos trataron a los salvadoreños es innombrable. Y son los mismos que, ahora con sus políticos apéndices y novatos, luchan por regresar al país al estado de sangre, angustia, dolor y calamidad.
Por ello se entiende que su única y gran propuesta de campaña sea «todos contra Nayib», la cual vociferan y propagan en los medios de comunicación que se prestan a su vil pero perdedor juego. Lamentable que neófitos políticos sigan el guion fácil contra la corriente de los estrategas del caos, de sus padres corruptos, todos simples comandos «cobra» que sacuden los bolsillos de crédulos ilusionistas.
Ahora hasta los personajes aliados de la oposición, autollamados «analistas políticos», expresan públicamente su frustración ante la falta de propuestas opositoras en beneficio del pueblo salvadoreño.
Quizá porque ya se cansaron de dar «coces contra el aguijón» o porque ya no les cae el billete, o porque ya no quieren verse «torpes a la máxima potencia» frente a los números reiterativos de todas las casas encuestadoras que colocan a Nayib Bukele con más del 90 % de aprobación y respaldo de su pueblo para un segundo mandato.
O también porque les golpea la cabeza ser testigos de cómo varios países de América Latina claman por un presidente como el de El Salvador.
Nayib reconstruyó la esperanza con el mazo de cumplimiento de sus promesas de campaña, a pesar del despilfarro de fondos y del endeudamiento externo de gobiernos areneros y efemelenistas, de la inesperada pandemia, para la cual ningún país estaba preparado, del capricho de naciones que manejan los precios del petróleo y que golpean inmisericordemente las economías, y, por ende, los precios de todos los productos de la canasta básica.
El presidente, además, reconstruye la esperanza política cuando tiene la valentía de limpiar a El Salvador de corruptos y asesinos, sin importar quiénes sean o qué afiliación política tengan.
Esto es ahora El Salvador: de la ilusión a la realidad.