El 15 de marzo de 2009, los salvadoreños marcaron el punto de partida del declive electoral del partido ARENA. Desgastado por 20 años de Gobierno al servicio de las familias pudientes, lo que parecía una fortaleza inquebrantable, se volvió arenas movedizas.
Desde entonces, ARENA no volvió a ganar una elección presidencial, mientras que en legislativas y municipales estuvo en sube y baja en alternancia con el FMLN, hasta 2019.
Después de su primera derrota presidencial —en manos de un arribista de la izquierda, entrevistador mediocre que terminó millonario con el dinero del pueblo—, conociendo la influencia nacional e internacional y el capital financiero de sus propietarios los «Torogoces», era fácil asimilar que los tricolores se recuperarían porque en sus mentes aún se alojaba aquella recuperación electoral milagrosa luego de haber sido derrotados por un desconocido en 2003 en la carrera por la alcaldía de San Salvador, cuando el Coena privado aceptó la derrota de Évelyn Jacir de Lovo. Un cuadro inolvidable.
El retorno a la silla presidencial de un instituto político perdedor nunca ha sido posible en este país. El PCN y el PDC son aún cuerpos vivientes que dan fe de ello.
Los mensajes a partir de 2009 de «más fuertes que nunca», «ARENA está fortalecida y unida», «ARENA fiel a sus principios», entre otros, que «casualmente» hoy se repiten, alimentaron la esperanza de sus bases, de recuperar el poder.
Confiados en que el FMLN haría mal gobierno y que al final preferiría ser falsa oposición —que es lo único bien que saben hacer—, la dirigencia de ARENA, controlada por los poderes fácticos, se enfiló en una ruta peligrosa: mantener el bipartidismo a toda costa, olvidarse del pueblo e ignorar el clamor de sus bases.
El pensamiento de su fundador de mantener una derecha contra el comunismo, pero favoreciendo a las clases populares, fue eliminado de tajo. Los tricolores no solo olvidaron a quienes votaban por ellos, sino que, además, consumaron su matrimonio con el falso enemigo, el FMLN. Negocio redondo de ambas cúpulas y sonrisa de oreja a oreja de sus poderosos propietarios.
El malestar que ya existía en las bases no fue abordado por ninguna dirigencia del Coena desde la pérdida de la primera elección. Alimentó el discurso de que todo estaba bien y que no necesitaba ni nuevos liderazgos ni mucho menos renovación. Los militantes fueron silenciados.
Sus alcaldes apenas recibían la visita de los dirigentes, al menos estrechaban manos en períodos de campaña electoral, pues territorialmente dependía de ellos.
La creciente insatisfacción de sus bases, de sus alcaldes, comenzó a deteriorar el núcleo que daba vida y fortaleza a ARENA. Pero cada Coena se negó a aceptarlo. Prefirió continuar sirviendo en la mesa de sus dueños y ejecutar estrategias de compra de voluntades, como lo había hecho siempre, confiado en la soberbia y la manipulación del «cuarto poder», al que siempre ha tenido comiendo alpiste.
ARENA menospreció y abandonó a sus alcaldes y a sus militantes. Los minimizó en su ceguera por recuperar el poder. El hartazgo al interior del partido rebalsó, y las consecuencias son arrasadoras: de sus 35 alcaldes, al menos la mitad dijo hasta aquí y renunció a las filas del tricolor. Muchos acompañados de sus concejales
Sin embargo, el discurso tricolor no cambia; al contrario, acusa a sus exalcaldes de recibir dinero para renunciar. Que duro es dar coces contra el aguijón
La fuerza externa de la gran mayoría de la población, que mostró su repudio en las urnas en 2019 y en 2021, así como la aparición de un verdadero «animal político» que goza de la aprobación de más del 90 % de los salvadoreños, causaron estruendo fulminante en las paredes y estructuras al interior del partido. Ahora, ARENA se cae en pedazos.
Implosión.