En una columna previa de este autor se discutió el valor de una educación de calidad para niños en primaria y secundaria. Esa columna, sin embargo, no discutió el valor de la educación terciaria, es decir, la formación académica después del bachillerato, en nuestro medio conocida como educación superior que comprende desde carreras técnicas hasta estudios doctorales.
Cursar estudios superiores tiene beneficios innegables a nivel personal y de sociedad: los países más desarrollados invierten más en educación y, al mismo tiempo, los países que invierten más en educación se desarrollan más. Por ejemplo, un estudio del Banco Mundial reportaba que poseer un título de educación superior aumenta los ingresos en un 17 %, comparado a un 10 % y un 7 % por títulos de primaria y secundaria. En países en desarrollo, esa diferencia aumenta; para El Salvador, el estudio reportaba un incremento de 18.8 % en ingresos para personas con título de educación superior, comparado con 8 % y 6.4 % para aquellos con títulos de primaria y secundaria, respectivamente. Además, el impacto de la educación superior es mayor para las mujeres, quienes en nuestro país logran incrementos en los ingresos del 21 %, mientras que los hombres incrementan sus ingresos en 17.1 % al obtener un título de educación superior. De acuerdo con el Banco Mundial, un estudiante con un título de educación superior en Latinoamérica ganará a lo largo de su vida más del doble que un estudiante solamente con título de bachillerato.
El Salvador ha lanzado ante el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo una Estrategia Nacional de Desarrollo Integral que incluye, entre otros, el avance en tecnologías digitales, tecnologías verdes, demografía, transformación de la matriz productiva, fortalecimiento de las capacidades humanas e innovación. Precisamente, la innovación y el fortalecimiento de capacidades humanas son roles primordiales de las instituciones de educación superior.
Desafortunadamente, en El Salvador para 2020 solo un 31 % (34 % para mujeres, 28 % para hombres) se había registrado alguna vez para realizar estudios superiores, muy por debajo del promedio mundial y latinoamericano (42 % y 56 %, respectivamente). De aquel 31 % solo un tercio obtiene el grado académico.
No hay duda de que como país podemos hacer y lograr más en términos de educación superior. El Salvador invierte 4.5 % del PIB en educación, (3.8 % en Latinoamérica), sin embargo, por estudiante en nuestro país se invierte un 11.1 % del PIB per cápita en educación superior, indicadores muy inferiores a los de México (30 %), Brasil (33 %) y Costa Rica (38 %), todos países latinoamericanos con indicadores de desarrollo mejores que los nuestros.
El sistema educativo superior, por su parte, debe responder a las demandas de habilidades y conocimientos de la sociedad, asegurándose de hacer el uso más eficiente posible de los recursos para garantizar la formación de profesionales idóneos en las distintas áreas de la ciencia. El propósito de una entidad de educación superior es producir graduados de alta calidad, avanzar las fronteras del conocimiento y, así, contribuir significativamente al desarrollo y el bienestar de la sociedad. No solo es una responsabilidad social del Estado el invertir en educación superior, sino también es una inversión inteligente con retornos garantizados. Del mismo modo, es responsabilidad de todas las personas involucradas en enseñanza superior, su servidor incluido, hacer el mejor trabajo con los recursos disponibles, formar los mejores profesionales posibles y contribuir significativamente al estado actual del conocimiento a través de la ciencia, innovación y tecnología, de este modo cumpliremos el rol de la educación superior como eje de progreso de nuestra sociedad.