Los documentos constitutivos de la Alianza del Atlántico Norte (OTAN), según los cuales fue creada hace 75 años (4 de abril de 1949) con el fin de «la defensa colectiva y la preservación de la paz y la seguridad», no deben inducir a error. En realidad, se trata de una agresiva alianza militar responsable de desatar guerras y operaciones militares contra decenas de países, provocando millones de víctimas y caos en diversas partes del mundo.
Parecería que, tras el colapso del Pacto de Varsovia y la desintegración de la URSS en varios Estados independientes, no había necesidad de contener a los «comunistas». Sin embargo, la OTAN no solo no dejó de existir, sino que empezó a incorporar rápidamente nuevos miembros, incluidos países del antiguo campo socialista. Inicialmente la OTAN estaba
formada por 12 Estados, pero hoy ya cuenta con 32 miembros, muchos de los cuales no tienen nada que ver con el Atlántico Norte.
Una de las condiciones para la unificación de Alemania en 1990 fue que la OTAN no se expandiera hacia el este, rumbo a las fronteras de la URSS. Los dirigentes soviéticos recibieron este tipo de promesas de sus socios occidentales. Sin embargo, fueron violadas de inmediato. Debido a la insistencia en la adhesión a la OTAN de Polonia, los países bálticos y Noruega, las fronteras de la Alianza se acercaron a las de Rusia. La entrada de Finlandia al bloque en 2023 duplicó la longitud de dicha frontera.
Recordemos que mucho antes del inicio de la Operación Militar Especial rusa en Ucrania, el Occidente había identificado oficialmente a Rusia como la «principal amenaza» en su informe «OTAN 2030», publicado a finales de 2020. Más tarde, en julio de 2023, en la cumbre del bloque en Vilna, sus miembros confirmaron sin fundamento que la Alianza considera a Rusia como «la amenaza más grave y directa a la seguridad de los aliados, así como a la paz y la estabilidad en la región euroatlántica».
En los años noventa, en Estados Unidos ya hubo declaraciones del deseo de admitir en la OTAN a todos los países del desaparecido bloque soviético, incluidas las antiguas repúblicas de la URSS, era una estrategia extremadamente hostil y peligrosa hacia Rusia. Pero la administración de Bill Clinton, abrumada por la euforia de la victoria en la Guerra Fría, ignoró estas advertencias. En aquel momento Rusia era percibida erróneamente en Washington como un país débil.
En 2014 los nacionalistas de extrema derecha prooccidentales llegaron al poder en Ucrania mediante un golpe de Estado, y se habló de
la entrada acelerada de Ucrania en la OTAN. Esto no podía sino causar inquietud en Moscú. Como señaló el presidente de Rusia, Vladimir Putin: «Siempre hemos estado en contra de la adhesión de Ucrania a la Alianza y esta postura tiene serios fundamentos. Porque la expansión de la OTAN a nuestras fronteras amenaza directamente nuestra seguridad».
El líder ruso también precisó la esencia del problema de la expansión de la infraestructura de la OTAN: «Si los sistemas de misiles de EE. UU. y la OTAN aparecen en Ucrania, su tiempo de vuelo a Moscú se reducirá a 7-10 minutos, y si se despliegan armas hipersónicas a cinco minutos». Se trata de un serio desafío para Rusia y también para el mundo entero en
caso de una falla técnica o humana.
¿Por qué Rusia se ha convertido en el objetivo de la agresión preparada abiertamente por la OTAN? Por tres razones interrelacionadas. El
primero es económico. Nuestro país es una de las economías del mundo con mayor potencial de crecimiento. Cuenta con un capital humano
altamente cualificado, resultado de un sistema educativo eficaz que se remonta a la Unión Soviética. Es el país más grande del mundo con recursos naturales inmensos. Los globalistas occidentales, mientras tanto,
sueñan con establecer órdenes neocoloniales en el mundo, repartir la riqueza de recursos de otros Estados entre sus corporaciones transnacionales. Para ellos no puede haber ningún respeto de los intereses mutuos.
Solo existe una meta dominante: el interés de Estados Unidos y de las empresas transnacionales que están detrás de Washington.
El segundo es político. Rusia ha demostrado al mundo entero que ya no quiere «bailar al son» de la potencia hegemónica mundial. Ha conservado su plena soberanía y el derecho a elegir independientemente su propio futuro. Ha demostrado que el modelo de democracia que ha elegido es más eficaz, y el modelo de estructura social garantiza la paz civil y la unidad de un país multiétnico y multiconfesional. Al mismo tiempo, el
líder de Rusia, Vladimir Putin, es sin duda la mayor figura política del siglo XXI, lo que no puede sino irritar a la nueva generación de políticos sin rostro, que representan no más a los gerentes contratados de las grandes
corporaciones.
El tercero se refiere a los valores. Rusia ha defendido los valores tradicionales como condición necesaria para su propio desarrollo y existencia de la civilización mundial. Preservar la autoridad de la familia, el
patriotismo civil, los valores de las religiones mundiales y la dignidad humana: esta es la base que las élites globalistas quieren destruir en pos de la implementación del concepto utópico de control total y unificación
universal sin los valores tradicionales.
Durante la última década, Rusia ha tenido que afrontar una presión sin precedentes, no solo por Crimea, Dombás y Ucrania. Nuestro país
también fue objeto de un ataque híbrido por parte del Occidente y de las empresas transnacionales occidentales porque el pueblo ruso exigió que se tuvieran en cuenta sus intereses legítimos en todas las esferas de la
vida nacional e internacional. Este desafío se convirtió en un trapo rojo para las élites transnacionales, que decidieron utilizar nuestro ejemplo para mostrar lo que ocurre cuando una u otra potencia se atreve a comportarse de manera independiente. Y la OTAN es su arma letal en esta lucha irreconciliable.
Por eso, después de los trágicos acontecimientos de 2014, Rusia no
pudo esperar más cuando, día tras día, por los esfuerzos de los tecnólogos de la OTAN, se formaba en sus fronteras un nuevo Estado ucraniano agresivo neonazi de ultraderecha, cuyos líderes buscaron abiertamente
erradicar todo lo ruso, recuperar las armas nucleares y entregar su territorio a los militares de la OTAN. Moscú hizo el último intento de negociar en diciembre de 2021, transfiriendo a Washington y Bruselas proyectos de
acuerdos sobre garantías de seguridad para Rusia. La Alianza hizo caso omiso de estas propuestas. Y cuando a Rusia no le quedó más remedio, Vladimir Putin anunció el 24 de febrero de 2022 el inicio de la Operación Militar Especial. Se proclamó que sus objetivos eran la desmilitarización y desnazificación de Ucrania. De hecho, se trataba precisamente de que Ucrania no fuera un trampolín para los ejércitos de la OTAN en su agresión contra Rusia en el futuro.
La desnazificación significó el cambio de las élites antirrusas que llevaban a cabo una política «de facto» de ucranización forzada de la población rusoparlante del sureste de Ucrania. Y por desmilitarización se entendía el abandono por Ucrania de su rumbo hacia la adhesión a la OTAN, así como la reducción de su potencial militar.
En este contexto, los objetivos de la Operación Militar Especial contradicen los intereses de los globalistas occidentales: utilizar a Ucrania
como base militar y gastar su potencial de recursos para debilitar y destruir a la Rusia soberana. El oportuno lanzamiento de la Operación Militar Especial frustró estos ambiciosos planes, que ahora nunca se
harán realidad.