Un hombre se perdió en el desierto. Y más tarde, refiriéndose a su experiencia, les contó a sus amigos cómo, absolutamente desesperado, se había puesto de rodillas y había implorado a Dios para que le ayudara a salir de allí. «¿Y respondió Dios a tu plegaria?», le preguntaron. «¡Oh, no! Antes de que pudiera hacerlo, apareció un explorador y me indicó el camino».
También está la historia del hombre que vivió una inundación en su ciudad y oraba incansablemente a Dios para que lo salvara. El agua subía a una velocidad escalOfriante y este hombre subió al techo de su casa, donde siguió orando a Dios. Entonces, pasó un hombre con una barca y le ofreció ayuda, pero el hombre —que esperaba realmente ver al mismo Creador con su túnica blanca y caminando sobre el agua— dijo que no, y siguió «esperando la salvación» desde su techo. Al llegar al Cielo, luego de morir ahogado, Dios le preguntó la razón para ignorar su ayuda. El hombre desconcertado entendió al fin que quien llegó con aquella barca era la ayuda que había estado esperando y que Dios utiliza muchas veces a las personas y las circunstancias como instrumentos de su labor y su gloria.
Habemos muchos que no entendemos cuando Dios está interviniendo en nuestras vidas, cuando está intentando decirnos algo, y esperamos escuchar su propia voz dirigiéndose a nosotros, olvidando que Él nos habla de una manera distinta, que así como puede hacerlo a través de las palabras o acciones de otros, también lo hace por medio de señales y que, por eso, es importante que estemos atentos para cuando estas aparezcan.
No somos Moisés para esperar que Dios nos hable por medio de una zarza ardiente, tampoco Jonás para pensar que lo hará mientras estamos debajo de una calabacera, pero lo hará de otra manera. Esos profetas sí escucharon la voz audible de nuestro Señor; en cambio, no creo que nosotros podamos tener ese privilegio o la capacidad de soportar ese inmenso poder tan cerca de nosotros.
Hay ocasiones en que Dios nos indica con señales sus intenciones, pero no las entendemos o no las obedecemos. Dado eso, si el propósito que tiene para nosotros es muy importante, quizá no le quede otra opción que llevarnos a empujones. Y, a decir verdad, cuando se trata de ir adonde Dios nos quiere llevar es mejor hacerlo por las buenas, pues, aunque Él es bueno, ante nuestra desobediencia y necedad también podría ser tempestad y hablar con voz de trueno.
No escribo este artículo como un diestro que se las sabe todas de cómo Dios les habla a sus hijos. Es más, muchas veces he tenido serias dificultades para comprender lo que Él me quiere decir y, además, he sentido miedo de equivocarme y cometer un error. Sin embargo, he oído que ante dudas como esas es bueno acudir a la oración y pedir sabiduría y descernimiento para poder entender.
Igual he oído decir a los consejeros de superación personal que los problemas por los que pasamos no son problemas, sino retos. Me parece una buena forma de afrontar las dificultades. No obstante, muchas veces esas situaciones difíciles por las que nos toca atravesar también son señales, es la forma en la que Dios nos dice que espera algo de nosotros; quizá un cambio en nuestras vidas o que retomemos algo que hemos dejado inconcluso, que tratemos de descubrir el propósito real de nuestra existencia en este mundo, que comencemos a hacer algo por nuestra propia salvación, etcétera.
No cabe duda de que el orgullo y la dureza del corazón nos hacen tercos y sordos para oír la voz de Dios; en cambio, si lo que hay en nuestro interior es humildad y sensibilidad, eso nos vuelve dóciles y receptivos a su palabra y a sus señales.