El oficio de joyería ha sido una de las labores extraordinarias y sobresalientes como actividad laboral en Zacatecoluca. En primer lugar, porque sus representantes son y han sido personajes ligados a dejar huellas emblemáticas en el devenir de la sociedad viroleña; en segundo término, los propietarios de los talleres de joyerías durante décadas han brindado trabajo permanente a cientos de operarios viroleños, a quienes ha permitido disfrutar una vida decente y en armonía con las buenas costumbres. Antonio López, conocido como don Toñito, es un hombre que a los 77 años asegura que la joyería le ha dado lo mejor de la vida; 60 años dedicados a esta actividad lo comprueban. Llegó a los 19 años a la Joyería La Mexicana, del recordado Mardonio Baires, y ahí hizo su vida.
El día que llegó donde Mardonio ya estaba ahí Cristóbal Cabezas, hasta ahora su vecino y amigo. Viven en las casas que les facilitó Mardonio, a quien se recuerda con aprecio y la bondad que le caracterizó siempre. En Zacatecoluca cuando se menciona su nombre se hace con el corazón, afirma don Toñito. La joyería es quizá uno de los oficios más antiguos y ha sido de alguna manera un indicativo de la condición o clase social. En algunas civilizaciones solo un segmento privilegiado es el que ha lucido joyas. En los tiempos modernos las joyas pueden evidenciar cuánto dinero se posee.
En la antigüedad tuvieron significados religiosos. En el antiguo Egipto se usaban joyas para simbolizar poder y religión. Fueron usadas por vivos y muertos por igual. En Grecia la joyería fue usada raramente, solo para las apariciones públicas y ocasiones especiales. Las joyas de las mujeres mostraban su estatus, otras joyas protegían contra el mal de ojo y también eran símbolos religiosos.
En la antigua Roma los hombres debían llevar al menos un anillo, y algunos usaban uno en cada dedo. Tanto hombres como mujeres portaban anillos de piedra tallada con símbolos. Utilizaban estos anillos para sellar documentos con cera.
Alrededor del siglo VIII ya no era tan frecuente que los hombres se adornaran con piedras preciosas y joyas, pero algunas de sus armas a menudo tenían joyas incrustadas, y los anillos con sello seguían usándose.
En la historia de la joyería el oro ha sido el rey de los metales. Ha sido un metal sui generis, feliz maridaje entre esa materia y las ideas creativas. Como medida decisiva de los valores pecuniarios, este hermoso metal resuena en todo el mundo. Su precio oficial por onza troy (31.1 gramos) fue durante muchos años de $35. Pero eso quedó atrás, es solo una referencia histórica. «La onza troy (ozt) es una unidad de medida imperial británica. Actualmente se emplea principalmente para medir el peso y por ende el valor de los metales preciosos», dice en Wikipedia.
En la mayoría de los países la ley prohíbe a los particulares poseerlo, excepto en forma de joyas. Como pilar simbólico del poder el actual sistema monetario internacional, los bancos centrales lo guardan cuidadosamente como reserva en sus bóvedas y las naciones lo utilizan para saldar sus operaciones de comercio exterior. El oro viene a ser poco menos que una abstracción.
De seguro es el rey de los metales, buen amigo del ser humano. Sin el oro nuestra civilización no sería lo que es. Invulnerable a los estragos del tiempo, no lo deslustra el aire, ni el agua, ni la mayor parte de los agentes corrosivos. Lleva en sí el sello de la eternidad.
Tantas veces se ha fundido, moldeado y vuelto a fundir que no es remota la posibilidad de que el anillo que usted compra hoy contenga oro de los collares de la Reina de Sabas.
Son innumerables las formas de usar este metal, desde puntas de plumas para escribir hasta el sobredorado «cordón umbilical» que conecta al astronauta en sus paseos espaciales con la cápsula madre.