El maestro del humor Jaume Perich solía decir: «La gente joven está convencida de que posee la verdad. Desgraciadamente, cuando la logran imponer ya ni son jóvenes ni es verdad». Este planteamiento posee dos veredas cognitivas, por un lado, como la verdad no puede ostentarse, solo degustarse y, por otro, el tiempo no espera, solo transita por su eterna augusta figura.
Es preciso hacer una profunda indagación con lo planteado anteriormente: ¿el tiempo es valioso? Sí, desde una ficción mental ordenadora, ¿fuera de ello? Poco, pero sí fundamental para la marcada comprensión de que el hombre está destinado a existir y vivir construyendo un camino de paz y de trabajo sin traducirse en sufrimiento existencial de acumulación de tiempo para amasar fortuna o comodidades.
Aquella sentencia maravillosa del libro del Eclesiastés 3:1: «Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo». Marca, sin duda, el camino idóneo para la comprensión ineludible del hacer siendo, bajo el criterio de lo más valioso en la vida del ser humano. Comprendámoslo, el tiempo solo es medida y no finalidad.
Pues bien, esa neurótica forma de vida actual en la que el tiempo se establece como fin de todo lo que se hace, solo puede venir de la mente avariciosa de los mercaderes de la subsistencia, nunca el tiempo es fin, solo es medida para la estructura mental del espacio en el que se vive. Por tal, se debe cambiar la visión social de vida por una en la que el ser humano y su espacio sean más nobles que el tiempo como fin falso.
Así pues, cabría mencionar lo expuesto por el filósofo Byung Chul Han: «La sociedad del siglo XXI ya no es una sociedad disciplinaria, sino una sociedad de logros». Y es precisamente esta enfermedad de los logros la que hace del tiempo un enemigo y no el mayor amigo de la existencia, en la que su sabor inmaterial, lleva consigo, el fragor de la vida y su complejidad.
Por lo tanto, es fundamental que las sociedades actuales, pensando en la mía, se deben reestructurar con valores más altos, humanizantes y morales; de tal suerte que la vida y sus creaturas (todas las formas de vida) sean respetadas por lo que son y no por lo que deberían ser según las visiones mercantiles de la sociedad industrializada. Solo cabe mantener el criterio del tiempo como medida para crear ideales, sociedades y familias, listas para vivir una existencia de humanizada fe en el
trabajo y el amor.
Esto, por supuesto, implica que la humanidad tome en sí la potestad de su propia vida y no siga dejando en manos de los avaros de este mundo su espacio y su tiempo para que lo conviertan en prendas de valor mercantil y puedan hacer con ellas lo más conveniente para el gran capital y la cultura del consumo. ¿Acaso, querido lector, no es tiempo ya de despertar y transformar esta vida de muerte en una existencia en la que tenga sentido la verdad, el amor, los ideales, el trabajo honrado, la familia y las empresas dispuestas a hacer crecer y desarrollar la vida social y, por tal, humana?
¡Podría ser una quimera lo expuesto, pero el devenir histórico se fundamenta en ideales que se convierten en verdades de tiempo sanadoras del alma herida!