Cada vez es más común que las diferencias entre los diversos subgrupos que existen dentro de ARENA y del FMLN salgan a la luz y comiencen los ataques y las descalificaciones. Lo más reciente fue la reacción virulenta del exsecretario general y exdiputado del FMLN Medardo González en contra de una de las actuales diputadas del partido, quien tuvo la «osadía» de asegurar en una entrevista que ella no tenía problemas con la reelección, porque era algo que sucedía en otros países, como Estados Unidos. González la ridiculizó y prácticamente la expulsó del FMLN cuando la declaró diputada independiente.
Un par de días después se conoció que un exdiputado suplente del FMLN criticaba abiertamente la falta de liderazgo en su partido, la cual provocó la irrelevancia en la que se encuentra actualmente el instituto político.
De hecho, las divisiones en la bancada de cuatro diputados del FMLN prácticamente han creado dos bandos que funcionan por separado, minimizando aún más su incidencia.
Del lado de ARENA están igual, con diputados propietarios, alcaldes y miembros de la estructura territorial renunciando a sus cargos en protesta por la forma en que se conduce el partido. Acá también hay varios bandos que se pelean por los restos que quedan de la organización. Existen, además, fuertes posibilidades de que el proceso de salida de diputados y otras estructuras de poder en ARENA aceleren su salida en las próximas semanas, como reflejo de la crisis interna y de la imposición de posturas.
Ni ARENA ni el FMLN han logrado adaptarse a la democracia y ahora sufren las consecuencias de sus verticalismos e imposiciones, además del castigo ciudadano por haber abusado del ejercicio del poder público. El Frente es el que se ha llevado, hasta ahora, la peor parte, y así como van las cosas, se complica su continuidad en la Asamblea Legislativa en las próximas elecciones. Pero ARENA también tendrá problemas por haberle dado la espalda a aquellos que le fueron leales, pero que ahora consideran que no les conviene su cercanía.
Ambos partidos se enfrentan a la paradoja de renovarse o morir, pero sabiendo que al renovarse deben abandonar una parte de su esencia, con lo que se aumenta la posibilidad de perder el apoyo del hueso colorado, el voto duro que se identificaba con sus postulados más radicales. Y no tienen la garantía de que al flexibilizarse puedan obtener el respaldo de otros sectores de la sociedad. Ese es el dilema en la fase final de los viejos partidos tradicionales.