La poeta y literata Sylvia Plath en su poema «Soy vertical» expresó: «Soy vertical, pero preferiría ser horizontal. No soy un árbol enraizado en la tierra, absorbiendo minerales y amor materno, para rebrotar esplendoroso cada mes de marzo […]». La exquisitez con la que plantea una cuestión filosófica desde la poesía es digna de exponer y de aplaudir; y es que el ser humano no es árbol ni roca, por lo que no es estático ni vertical, o como mínimo no debería serlo.
Si bien es cierto que todos los seres vivos somos una sola creación y un conjunto de realidades y verdades particionadas por intereses evolutivos, más cierto es que la «superioridad humana» se debe precisamente a su nivel de raciocinio y elección, por lo que vivir con la condición de verticalidad no le es propio de su condición y naturaleza, aunque en la historia ha actuado de tal manera y por eso ha sufrido.
Ya lo expresaba el pedagogo Paulo Freire: «[…] En ella, los educandos descubren temprano que, como en el hogar, para conquistar ciertas satisfacciones deben adaptarse a los preceptos que se establecen en forma vertical. Y uno de estos preceptos es el de no pensar […]». Pues bien, vale la pena considerar este presupuesto expuesto por el pedagogo, ya que desde la infancia se enseña que, para tener contentos a los padres, al sistema educativo y a la religión (algunas veces) solo se debe aceptar lo vertical de ellas, seres pensados y no pensantes.
De tal suerte que la vida merece ser vivida intensamente, pero con responsabilidad, y eso implica saber pensar, saber decidir y saber actuar; y pocas veces se logra el éxito de esta trilogía si no se tiene claridad de que, así como la vida, el actuar humano y su pensamiento deben carecer de verticalidad, pues eso no permite la comprensión digna de toda persona ni la oportunidad de encontrarse con las novedades de la existencia social.
Por tanto, esta postura de la aclamada poetisa, que poco vivió en este mundo, resuena hoy más que nunca y debería ser ejemplo para la vida política, la vida social y la crianza en el seno de las familias; la verticalidad funciona solo como imposición, pero no como respeto ganado y, por tal, liderazgo. La vida en este plano amerita la comprensión y la actuación horizontal, en la que cada ser humano es igual en sus desigualdades; solo así será posible el verdadero desarrollo de los pueblos.
Irónicamente, la larga historia de la humanidad demuestra que hay poco aprendizaje, pues ha habido y hay verticalidad en las decisiones y en los ofrecimientos. Por eso el proverbio popular de corte histórico sigue teniendo gran vigencia: «Quien no observa su pasado, está condenado a repetirlo». Repetir los errores es una estupidez, ya que si se ha logrado tener consciencia se mira el mundo y sus circunstancias desde la horizontalidad, es decir, desde la igualdad de oportunidades.
Por tanto, aunque en ciertos momentos de la vida la verticalidad es necesaria, ya sea para imponer por ley o como criterio de norma social y moral, el pensamiento horizontal debe ser el espacio que se ha de enseñar en la casa y en la escuela, permitiendo con ello una guía o manual natural de cómo vivir desde la intención positiva y desde la empatía. Así que, querido lector, honre la vida buena, pensando y admitiendo desde la horizontalidad y no desde la verticalidad que no permite el pensamiento crítico y la paz de la armonía social.
¡Al final, sin virtud la humanidad solo es un conjunto biológico de bestialidad!