Fue tan radical el cambio en el escenario político del país generado por los votantes en las últimas dos jornadas electorales (2019 y 2021) que ahora la defensa para el antiguo sistema se sostiene en viejas argumentaciones, y cuando estas no funcionan o no alcanzan el efecto esperado, se recurre a la ofensa personal —con un toque de academicidad— hasta el punto de hacerlo contra inocentes que no tienen nada que ver con el ejercicio del poder.
Era de esperarse, luego de esa derrota catastrófica infligida a las estructuras fosilizadas y obsoletas de las que ahora se está conociendo su amplio alcance nocivo.
Tan importantes han sido algunos hallazgos que El Salvador ahora parece ser del interés de medio mundo en el plano internacional, cuando antes solo nos veían como patio trasero. Y cómo no, si quienes perdieron el poder han tenido que recurrir en búsqueda de ayuda con tal de salvar lo último que se pueda, pues su barco hace agua. En este intento desesperado por recuperar el terreno perdido no hacen distinción del color del salvavidas y buscan el apoyo incluso de sus antiguos enemigos. Después de todo, el enemigo de mi enemigo es mi amigo.
No tienen argumentación válida, ¿cómo la tendrían para defender lo indefendible? Sobresueldos, recursos a montones para ONG propias, nuevas riquezas familiares entre funcionarios, sobornos para obtener o por designar proyectos, leyes para asegurarse la impunidad, compadrazgos solo para favorecerse mutuamente, legislación a favor de intereses burgueses… todo eso se ha descubierto y falta.
En lugar de hacer «mea culpa» y enderezar el camino afinan plumas o teclado y la emprenden contra el verdadero interés de hacer política a favor del pueblo. El presidente Nayib Bukele ha cuestionado en varias ocasiones por qué tienen tanto odio hacia el pueblo. Fue ese pueblo el que les quitó el poder con el voto, y quizás eso los motiva a calificarlo como ingenuo, tonto, estúpido, y cuanto adjetivo se lee en Twitter de quienes vacían en mensajes su coraje porque ya no cuentan con los privilegios que les daba manejar a su antojo los poderes del Estado. Se han quedado sin argumentos y sin votos.
Solo hay una forma democrática para que regresen al poder: que el votante los favorezca en 2024. Su reto es convencer al electorado de que hacer regresar a los partidos tradicionales al poder es lo mejor que le puede pasar a El Salvador. Como dijo uno de los flautistas que tuvo adormecido a uno de estos institutos políticos: darles otra oportunidad. Por supuesto que este comentario solo originó toda clase de burla, pues ¿qué salvadoreño desea volver al antiguo sistema político? Hay un grupo que sí: los que perdieron el poder y los que se favorecían o, en el menor de los casos, que lo defendían como lo hacen ahora.
No es de extrañar la reacción de este grupo ante los descubrimientos que las comisiones especiales de la Asamblea Legislativa están realizando con algunos citatorios. Los epítetos proferidos contra los diputados que confrontan a los exdepositarios del poder económico, político o religioso solo revelan la desesperación por encubrir las viejas y nocivas prácticas, aun cuando ha habido confesiones de ello por parte de los señalados. Pero su corazón no les permite emitir argumentos acertados.
Esa desesperación y reacción visceral irán subiendo de nivel conforme se acerque 2024, año para confirmar el rumbo que deseamos lleve el país o volver a la práctica política que perduró décadas. Para decidir volver a dejarlos sin argumentos y sin votos.