Hace 10 años, Antonio Calvo, profesor de Princeton, se suicidó enterrándose un cuchillo en el cuello y el brazo. De acuerdo con la información disponible, Calvo comenzó a vivir lo que el mismo consignó en su diario como «una tortura emocional». Un colega suyo y un pequeño grupo de estudiantes, que no estaban de acuerdo con sus altas exigencias académicas, habrían iniciado una campaña denunciando una situación de acoso sexual. La base de esta fue que el docente le habría dicho a uno de sus estudiantes que trabajara más y no siguiera «demasiado tiempo tocándose las pelotas».
El 16 de octubre de 2020, Samuel Paty fue asesinado y decapitado en las cercanías del colegio en el cual daba clases. Días después, su asesino publicó en Twitter una fotografía de la cabeza cercenada de Paty y escribió que había actuado «en nombre de Alá». Una estudiante de 13 años había dicho que el profesor la había «invitado» a salir de una clase para mostrarle una imagen que representaba al profeta islámico Mahoma. Ella y su padre lo acusaron de islamofobia y difundieron un video en el que señalaron que la imagen mostrada correspondía a «un hombre desnudo». La estudiante confesó haber mentido y se comprobó que ni siquiera estuvo ese día en la escuela. La imagen era una caricatura de «Charlie Hebdo» y la clase trataba sobre los debates respecto a la libertad de expresión.
En Chile, la profesora Texia López grabó una serie de cápsulas audiovisuales en las que hacía lecturas dramatizadas de cuentos e invitaba a sus estudiantes a hacer lo mismo y enviárselas. En una de ellas, la docente leyó el relato «Sueña el viejo Antonio», escrito por el subcomandante Marcos, uno de los dirigentes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Los grupos más reaccionarios de la extrema derecha se concertaron e iniciaron una campaña de desprestigio y hostigamiento sobre la base de lo que calificaron como «adoctrinamiento terrorista». «La profesora de la muerte» la nombraron.
También en Chile, un apoderado difundió un video en el que una profesora, en clases de Historia, daba cuenta de una vulneración al derecho de igualdad en el caso de la situación vivida por la hija (siete años) del comunero mapuche Camilo Catrillanca, cuando ella fue detenida en enero de este año. El apoderado la acusó de «adoctrinamiento», el superintendente de Educación inició una investigación, el diputado Andrés Celis ofició a múltiples entidades solicitando que fiscalicen y adopten medidas, y la diputada Camila Flores aseguró que pidió una audiencia con el superintendente y calificó lo sucedido de «inaceptable».
De este modo, gracias a un grupo de estudiantes reticente a la exigencia académica, una estudiante que inventa una historia para justificar su inasistencia a clases, un apoderado fanático con demasiado tiempo libre y falta de autocontrol, o simplemente por una horda de desconocidos ávidos de material para encausar sus odios pueden morir los profesores.
Mueren en las dimensiones más concretas, pero también en las abstractas. Muerte social por juicios destemplados y carentes de racionalidad. Muerte por miradas inquisitivas cuando nuevamente tienen que desatender a sus familias por responder a la burocracia ministerial. Muertes por conflictos de autoestima laboral cuando la sociedad disfraza de vocación lo que es explotación. Muerte por asesinatos públicos de vocaciones… y así, querido lector, es que se puede matar a un profesor.