El Salvador se encuentra a dos años de nuevos eventos electorales. El 2024 plantea un reto más que interesante y complicado, pues el futuro de la nación se pone en juego en todos sus ámbitos de gobernabilidad: no solo se elige presidente, sino también diputados y alcaldes.
El terror de los partidos tradicionales, que inició antes de 2019, cuando las encuestas otorgaban un triunfo arrollador de Nayib Bukele, ha alcanzado hoy su máxima expresión.
Primero, porque los cálculos de desgaste les han fallado. Apostaron a que la luna de miel con el pueblo se terminaría pronto, que su permanente resistencia opositora daría frutos y que, con el transcurrir del tiempo, gobernar le pasaría factura al presidente. Para allanar el camino a que eso sucediera lo más rápido posible, enfilaron su artillería desde el inicio del mandato presidencial.
Desde entonces, todo tipo de artimañas, ataques, falsedades, desinformación, bloqueos, entre otras acciones, han sido parte del carnaval de política sucia de areneros, efemelenistas, «parkeristas» y arribistas.
Sus movimientos han ido más allá de las fronteras salvadoreñas. Se vieron obligados a quitarle la máscara de independencia a todo el ejército de escribientes de sus medios de comunicación, a quienes siempre financiaron, pero que escondieron sus rostros tras la ética y la moral.
Como saetas, los plumíferos se lanzaron en la búsqueda de secuaces de similares características en medios de prensa internacionales para tirar sus dardos y crear una falsa realidad del país, en la que términos como dictadura y persecución política y religiosa han estado a la orden del día.
Además, personajes oscuros, cubiertos con el manto de empresarios, afinaron sus agendas para mover «amigos» en diferentes países y conseguir pronunciamientos en contra del Gobierno, irrumpiendo la soberanía de la nación. No conformes con eso, y con el afán de que el presidente fracase, continúan luchando para que se perjudique financieramente a El Salvador, sin importar el daño a millones de salvadoreños.
Sin duda, la oposición se mueve impulsada por el terror nocturno y ha caído en un estado de inhabilidad que le impide recuperar la conciencia, a tal grado que olvidó que fue el pueblo salvadoreño quien la desterró.
Mientras el calendario electoral corre, el terror extremo de que el pueblo consolide los cambios iniciados en junio de 2019 y dé su total respaldo a otro Gobierno de Nuevas Ideas ha llevado a algunos a un estado esquizofrénico de ver sectas y marcianos. Su máxima locura es justificable al ver que, después de dos años y medio de gestión, el presidente Bukele mantiene altos números de aprobación jamás vistos en la historia salvadoreña, a pesar de todo el bestial ataque a su persona, a su Gobierno y a sus funcionarios, para lo cual también los opositores han contado con la complicidad internacional, de funcionarios y organismos protectores de corruptos, así como de los poderes fácticos del país.
La campaña electoral no está a futuro. Inició el día en que las encuestas dieron como ganador a Nayib Bukele en las elecciones de 2019. Desde entonces, la oposición ha sido capaz de todo, al grado de perder la cordura, la moral, los valores y la ética.
En 2024, Nuevas Ideas enfrentará a un adversario sacado de las historietas de Marvel: un monstruo político de varias cabezas, construido con restos de diferentes cuerpos decadentes que se aferran al pasado. Una amalgama bestial compuesta por empresarios corruptos y negreros, areneros y efemelenistas, fundaciones y ONG fachadas, políticos jurásicos, plumíferos escondidos en el manto del periodismo, personajes rastreros y arribistas, mercaderes de la religión y neófitos en la política que siguen los pasos perversos de los tradicionales.