El binomio ARENA-FMLN se creía intocable. Se consideraba la encarnación del modelo político salvadoreño y había encontrado en el montaje de una supuesta polarización el motor para mover sus maquinarias electorales. Bajo el discurso de que «el otro» era el adversario, areneros y efemelenistas lograban movilizar a sus militantes y con campañas electorales basadas en esos eslóganes conseguían los votos para permanecer en el poder.
En esa dualidad, unos se proclamaban luchadores sociales contra la injusticia mientras pintaban a sus adversarios como capitalistas descarnados, en tanto que estos se describían como defensores de las libertades y ponían a sus enemigos como los comunistas que se comían a los niños. Todo este manejo, en realidad, ocultaba un asocio perverso: ambas agrupaciones vivían del miedo que despertaban en el adversario, pero era una mera pose, lo que en buen salvadoreño llamamos «compadre hablado». A pesar de las fuertes discusiones y de las ácidas acusaciones que se hacían en público, en privado brindaban con caros licores, todo presentado como «consenso democrático».
Sin embargo, la irrupción de Nayib Bukele en la escena política puso fin a ese sistema basado en el bipartidismo. La elección del presidente Bukele dejó atrás la posguerra e inició una nueva etapa, con un pueblo ya convencido de que no necesitaba ni de ARENA ni del FMLN, sino que podía hacer su propio camino, lejos de la corrupción y de los pactos oscuros que predominaron en el viejo sistema.
Si bien la elección del presidente Bukele fue el inicio de la caída de ese sistema, la elección de alcaldes y diputados fue el siguiente paso: se desmontó el poder que ARENA y el FMLN habían implementado en la Asamblea Legislativa y fueron relegados de los gobiernos municipales.
Ahora que la Sala de lo Constitucional ha definido que no hay ningún impedimento para que el presidente Bukele presente una postulación para un segundo período, ARENA y el FMLN coinciden en que lo mejor es no presentar candidato para las presidenciales. Por un lado, evidencian su falta de propuestas y reconocen que han perdido todo respaldo popular, pero por otro quieren jugar la carta de la legitimidad, pretendiendo desviar la atención del rechazo que los salvadoreños tienen sobre sus fracasadas plataformas y vacías promesas.
Todas las encuestas, independientemente de su signo político, dan los mismos resultados: un amplio respaldo popular al presidente Bukele. El verdadero temor de ARENA y del FMLN es que sacarán un resultado tan pequeño que pondría en riesgo sus registros como partidos políticos al no lograr el porcentaje mínimo de votos.