México vive aún entre dos mundos, el de la conquista y el indígena, una encrucijada irreductible, cree el director mexicano Alejandro González Iñárritu, basado en su última película, «Bardo», disponible en Netflix.
El bardo es un término budista que alude al limbo que experimenta una persona al morir, un momento de transición antes de reencarnarse.
Y ese era también el estado de ánimo de Iñárritu (59 años) cuando rodó esta película tras dos décadas fuera de su país, y después de convertirse en uno de los nombres más importantes del cine hollywoodiense.
La película «es el resultado de la particular forma en la que mi familia y yo hemos vivido, al salir de nuestro país, con esta compleja relación con Estados Unidos, viviendo además en un territorio con 5 millones de mexicanos, con una identidad rota, fracturada», explicó el director a la AFP en una entrevista concedida en París.
Pero ese «bardo» no es solamente personal, sino algo que viven todos los mexicanos, a pesar de más de dos siglos de independencia, asegura.
México es un país «que no acaba de asimilar de qué lado está, es una mezcla de alguna forma debatible», explicó Iñárritu.
«La ventaja de las cosas que ganas al salir, porque pierdes muchas, es perspectiva, y es un poco más de objetividad», añadió.
Paseo onírico
Presentada en el Festival de Venecia, en donde fue duramente criticada al ser llamada como «pretenciosa», «Bardo» es un paseo onírico y barroco por un México a menudo caótico, a veces fantasmal.
A lo largo de 2 horas y 30 minutos, la película narra el retorno a su país de un periodista mexicano exiliado (Daniel Giménez Cacho) y su familia. Lo que debía ser un viaje breve para recibir un premio se convierte en una crisis existencial.
La película revisita con planos espectaculares algunos episodios clave de la historia del país, como el dramático encuentro de los conquistadores y el imperio azteca, rodado en pleno Zócalo de la capital.
«Bardo» fue escogida por México para aspirar a la selección del Óscar a la mejor película extranjera.
Otra película mexicana «Roma», de Alfonso Cuarón, ganó precisamente tres óscares en 2019.
Iñárritu recortó «Bardo» en veinte minutos después del estreno en Venecia, aunque asegura que no fue en reacción a algunas críticas en la Mostra.
«Terminé la película literalmente dos días antes de irme a Venecia», explica.
La cinta necesitaba un retoque, asegura. «Es la misma película, la misma esencia. Es más, retaría a que alguien me dijera dónde la edité», declara.
«Bardo» es su primer largometraje en siete años. Su último gran éxito, «El renacido», con Leonardo di Caprio, le representó un segundo Óscar consecutivo al mejor director, en 2015.
La relación de Iñárritu con Estados Unidos es también un limbo personal y profesional.
Una cultura brutalmente visual
«Muchas veces el anglosajón puede únicamente observarse a sí mismo, con sus autoreferencias únicas», indica.
«Yo creo que esta película es profundamente mexicana y lo que estoy diciendo es que dentro de nuestras raíces existe una ancestral y milenaria cultura, brutalmente visual», explica, en alusión a los comentarios de críticos estadounidense.
«Yo tengo un conocimiento absoluto de la literatura americana, de su historia, de su música. Pero la gran mayoría [de los estadounidenses] no conoce nuestra cultura, nuestra historia. Ni siquiera conocen la invasión de México» de 1846, lamenta Iñárritu.
Esa invasión, que representó para México la pérdida de la mitad de su territorio, es otro de los momentos visuales fuertes de «Bardo», y fue rodado en el castillo de Chapultepec de la capital.
Pero Iñárritu reconoce que fue gracias al gigante estadounidense Netflix que pudo rodarse «Bardo», una obra demasiado arriesgada, asegura, para otros estudios.
«Es una película personal, es una película en español, que no tiene grandes estrellas. Rompieron todos los modelos de negocio e hicieron una excepción», se congratula Iñárritu.