Hace unos días decidí darme una vuelta por el centro de San Salvador; eran alrededor de las 6 de la mañana, el aire viciado de diferentes olores, como el café recién cocido, el pan saliendo en los canastos calientito, las planchas calentando para invocar cientos de pupusas. Todo me recordó cómo era perceptible algo que faltaba en esa mezcla de recuerdos y sensaciones. Hacía falta el temor.
Hace no muchos años, dentro de esa atmósfera, reinaba aquella sensación de ser observado, de ser acechado por algún criminal, las calles oscuras no transmitían más que malos pensamientos de diferentes escenarios donde siempre eras la víctima. Así vivían miles de salvadoreños que tenían que transitar por el centro, pero hoy, mucho tiempo después, parecen los recuerdos de una oscura pesadilla, una que no parecía que cambiaría de ninguna forma en el futuro cercano.
Fue tan satisfactorio cuando llegué a la esquina de la 2.ª avenida sur y 2.ª calle poniente, donde frente a mí remataba la vista con gran imponencia la Catedral Metropolitana, la plaza Barrios ya atestada de cientos de peatones, el sol proyectaba las sombras de los solares en los edificios hacia el Palacio Nacional, y una sensación de satisfacción me invadió el corazón al sentir que muchos sacrificios al fin valieron la pena, que con el tiempo, el esfuerzo y decisiones valientes se puede corregir el camino y cambiar la vida de millones de personas, muchas que ahora desinteresadamente caminan con sus teléfonos en las manos, audífonos en las orejas, ajenos al exterior, viviendo sus vidas y caminando sus senderos sin tener que pensar en si las pocas cositas que tienen serán arrebatadas por parásitos, o que sin tener ningún problema con alguien le arrebaten su vida solo por el lugar en donde le tocó vivir.
Sin duda, falta mucho por hacer, pero este pequeño vistazo de campo en plazas, calles, avenidas, mercados, autobuses y cafés me ha hecho creer que en verdad el progreso y el desarrollo son posibles y sustentables si solucionamos de una vez por todas nuestros principales problemas, extirpando el cáncer de la delincuencia, para que al fin la gente de abajo, la gente pobre que todos los días lucha por llevar comidita a casa, tenga una mejor oportunidad.
Todos deberían caminar una mañana por las calles del centro y recordar tanto. Una miradita atrás para ver hacia adelante.