Lo que comenzó en teoría como un sueño de justicia y libertad en democracia terminó convirtiéndose en una pesadilla sanguinaria, cuya víctima inocente fue el pueblo. He aquí una breve crónica de ese tránsito trágico.
La noche del 9 de noviembre de 1989 tuvo lugar un acontecimiento que estremeció la conciencia mundial: la caída del Muro de Berlín. Ese hecho marcó el principio del fin del poderoso bloque comunista internacional.
Pocos meses después también se liberaban del dominio soviético Polonia, Rumanía, Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria y Yugoslavia. Al mismo tiempo, en febrero de 1990, el Gobierno revolucionario sandinista de Nicaragua fue derrotado en las urnas por la oposición democrática, encabezada por Violeta de Chamorro.
Un año después, en 1991, también colapsó y se disolvió la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El socialismo real, iniciado por Vladimir Lenin en 1917, había llegado a su fin.
En 1992, al recibir el Premio Nobel de Literatura, el poeta mexicano Octavio Paz, quien había sido uno de los pioneros en la crítica del marxismo y en la denuncia del totalitarismo comunista, expresó estas palabras:
«Estamos ante la ruina de esa hipótesis filosófica que pretendía conocer las leyes del desarrollo histórico. Los comunistas edificaron poderosos estados sobre pirámides de cadáveres. Esas orgullosas construcciones, destinadas en teoría a liberar a los seres humanos, se convirtieron muy pronto en cárceles gigantescas.
»Hoy las hemos visto caer. Las echaron abajo no sus enemigos ideológicos, sino el cansancio y el afán libertario de las nuevas generaciones. El determinismo histórico del marxismo ha sido una costosa y sangrienta farsa».
En nuestro país, ese mismo año, 1992, luego de una década de guerra civil sanguinaria y ya sin retaguardia estratégica internacional, la cúpula del FMLN guerrillero firma un acuerdo con el Gobierno arenero, abandona las armas, entra al sistema y se convierte en partido político.
Pero ese acuerdo, que solo garantizó la impunidad de los responsables de los crímenes de lesa humanidad cometidos por ambos bandos, no solucionó las graves injusticias económicas y sociales que habían originado la guerra, así como tampoco resarció a las víctimas de esta.
Como el determinismo histórico del marxismo y como el socialismo real de Lenin, también la guerra y el «acuerdo de paz» de las cúpulas de izquierda y derecha en El Salvador fueron una farsa. La democracia resultante fue un mero formalismo y ni siquiera hubo realmente paz después del cese del fuego.
Casi de inmediato comenzó la guerra social, protagonizada por las pandillas criminales en contra del pueblo más humilde.
El único cambio real fue que pasamos a un bipartidismo neoliberal, pactado en negociaciones secretas entre un grupo de comandantes guerrilleros y la oligarquía, como ahora se ha revelado, y que ese pacto perverso profundizó aún más las injusticias económicas y sociales.
Nos tomó 30 años entenderlo: la izquierda y la derecha, encarnadas en el FMLN y ARENA eran dos caras de la misma moneda. Ahora ambos partidos, signados por la corrupción, desfondados por completo y repudiados por el pueblo, exhiben su alianza sin ningún pudor.