No es normal que en un país en paz y democracia haya más muertes violentas que en un período de guerra civil, ni que durante 30 años se hubiese sabido de un solo día con cero homicidios y que, más bien, se registraran promedios de hasta 30 asesinatos diarios.
No es normal que los presidentes de la república y casi todos los altos funcionarios de esos 30 años estén presos, procesados o huyendo fuera del país por graves acusaciones de corrupción.
No es normal que, luego de 20 años de gobiernos de derecha y 10 años de gobiernos de izquierda, según las encuestas, más del 70 % no quisiera que la izquierda siguiera gobernando, y que al mismo tiempo más del 80 % tampoco quisiera que la derecha regresara al poder.
No es normal que un nuevo movimiento político surgido espontáneamente y autoorganizado a lo largo y ancho del territorio nacional recogiera más de 200,000 firmas de adhesión en una sola jornada de 72 horas, ni que ese movimiento recién nacido derrotara en las urnas a todos los poderes económicos, políticos, institucionales y mediáticos unidos en su contra y que, en consecuencia, llevara a su joven líder a la presidencia de la república.
No es normal que después, en la subsecuente elección intermedia, ese movimiento ganara la mayoría del poder municipal y, por primera vez en la historia nacional, la mayoría absoluta del poder legislativo, volviendo así enteramente irrelevante a toda la clase política tradicional.
No es normal que, después de poco más de tres años en el Gobierno y lejos de sufrir el consabido desgaste por el ejercicio del poder, el joven líder de ese movimiento, según las encuestas, alcance hasta más del 90 % de aprobación popular.
Sí, es verdad que en la normalidad y dentro de un equilibrio de fuerzas, donde la distancia entre la primera y la tercera no es mucha, la política es necesariamente un permanente ejercicio de diálogo, negociación y pacto, pero como ya lo hemos descrito en detalle este no es el caso.
Cuando los niveles de corrupción y de criminalidad llegan a ser excepcionales, como ocurrió en nuestro país, no hay absolutamente nada que dialogar, negociar y pactar con los ladrones y los asesinos asociados en un mismo bando. A esos no queda más que capturarlos, procesarlos y eventualmente meterlos a la cárcel.
Hay sectores de la comunidad internacional que no comprenden y se desconciertan ante lo que está ocurriendo en El Salvador, pero que lo entenderían perfectamente si se remitieran a los hechos y con base en estos reconocieran la diferencia que hay entre la normalidad y la excepcionalidad.