Consideremos los siguientes datos perfectamente verificables: uno, el 90 % de los salvadoreños apoya la guerra frontal contra las pandillas y el régimen de excepción; dos, la oposición se une y cierra filas abiertamente contra esa guerra y ese régimen de excepción. Conclusión inevitable: la oposición se manifiesta a la voluntad de nueve de cada 10 ciudadanos.
Entonces se impone una pregunta: ¿qué sentido político o electoral puede tener ese posicionamiento cuando lo que esa oposición desfondada, postrada y atomizada necesita desesperadamente es conquistar la máxima cantidad de adhesiones o votos que en su condición de crisis severa sea posible?
Arriesgo una hipótesis explicativa muy sencilla al respecto: la oposición en su conjunto, que a estas alturas podría tener un apoyo tentativo de hasta un 3 % del electorado, ya ha concluido que el rechazo de al menos el 90 % de la ciudadanía es irrevocable; en consecuencia, no le queda otra alternativa que garantizar ese piso de 3 % e intentar alcanzar un techo de 10 %.
Y aquí es donde entran las cuentas alegres. Para extorsionar a ARENA y al FMLN (y a sus minipartidos satélites), Munguía Payés les vendió la idea de que las pandillas podían asegurar con su base social hasta medio millón de votos. Para esto multiplicaba 70,000 pandilleros por siete familiares y amigos.
Por supuesto que era una exageración, pero aquellos partidos se lo creyeron y fue por eso, disputándose ese proyectado caudal de votos, que comenzaron a negociar y pactar en secreto con los criminales.
El problema es que ahora, al igual que esos partidos, también las pandillas están postradas y, además, su base social está incluida en ese evanescente 3 % que apoya a la oposición. El problema es que, según todas las encuestas, las adhesiones al presidente Bukele y su proyecto tienden al alza, en tanto que el respaldo a la oposición tiende a la baja.
En ese mismo marco también hay que agregar dos elementos: el bloque de los aliados internacionales de la oposición, debido a su errática y contraproducente gestión de las diversas crisis mundiales simultáneas, ha entrado en un franco proceso de debilitamiento, en tanto que, en el orden local, la oposición continúa y profundiza su inercia divisiva dado que sus precarios acuerdos son exclusivamente cupulares, insostenibles.
Y otro factor adicional: la corrupción siempre deja huellas y siempre tiene consecuencias, y esas viejas cúpulas dirigenciales prácticamente en su totalidad, como es evidente, están metidas hasta el cuello en investigaciones fiscales y procesos judiciales que están en curso.
En resumen, si yo formara parte de la oposición, no haría ningún tipo de cuentas alegres.