En toda sociedad hay conservadores y progresistas, y en ambas opciones hay extremistas y moderados. Según la referencia tradicional del espectro político, los conservadores se ubican en la derecha y los progresistas, en la izquierda, pero los moderados de ambos bandos tienden hacia la centroderecha o hacia la centroizquierda.
En cada una de estas ubicaciones se generan agrupaciones de afinidad, y en el proceso histórico, según las circunstancias, la correlación de fuerzas puede favorecer a cualquiera de estas opciones. Así, el péndulo del poder se sitúa temporalmente en uno u otro extremo o en el centro.
Naturalmente, en la fase de acumulación de fuerza de este proceso, los extremos pugnan por atraer la parte del centro que les corresponde para romper un eventual equilibrio y definir la situación a su favor.
Lo normal es que en esas operaciones de seducción los extremos se vean obligados a flexibilizar sus programas políticos radicales al incorporar alguna parte del ideario moderado.
De esta manera, las coyunturas de poder se definen cuando el centro se desplaza a uno u otro extremo.
En nuestro país, cuando la extrema derecha agrupada en ARENA agotó por completo su proyecto privatizador durante el Gobierno de Francisco Flores, todo parecía indicar que el péndulo del poder se movería hacia la izquierda, agrupada en el FMLN; pero Tony Saca flexibilizó el programa y así logró seducir al centro y derrotar a Schafik Hándal con casi medio millón de votos de ventaja.
Exactamente la misma operación, pero en sentido opuesto, hizo Mauricio Funes cuando logró imprimirle un tono más bien rosadito al ya entonces muy desgastado rojo profundo del FMLN.
Sin embargo, tras esos juegos coyunturales de seducción se escondía una tendencia creciente: los proyectos políticos originales de los extremos se habían agotado enteramente y la inmensa mayoría social se desplazaba hacia un centro que, sin embargo, carecía de identidad, de estructura y de cabeza.
Hasta que apareció Nayib Bukele y sustituyó el antiguo y ya obsoleto eje de confrontación, derecha-izquierda, por una disputa más viva y movilizadora entre lo nuevo y lo viejo, entre la decencia y la corrupción.
Esto último es lo que actualmente rige la vida política en El Salvador y es lo que determina el carácter ilusorio y estéril de cualquier intento de alianza entre los extremos, por cuanto solo se trata de la unión de los corruptos de ambos bandos otrora enfrentados a muerte.
La combinación de ARENA y el FMLN en un solo frente político de oposición ciertamente ya está en curso, pero está marcada por una fatalidad: la juntura de dos cadáveres no genera ningún tipo de vida; por lo tanto, el resultado de esa sumatoria espectral es cero.
Tanto ARENA como el FMLN le dieron la espalda a la realidad y al pueblo. Y ahora la realidad y el pueblo les han pasado la factura.