Quién podría imaginar que algún día se estudiarían los valores como un mito más, así como todos aquellos que dieron vida y sentido a lo que no se comprendía en la antigüedad. Pues bien, las sociedades han llegado a un punto de desequilibrio en el que se podría estar en la antesala de analizar y juzgar los valores como una categoría de mito fundacional y no como una realidad de acción vivida.
Aquellas sabias y pletóricas palabras resonantes del maestro Albert Einstein respecto a los valores hoy más que nunca deberían ser una guía ante la insondable realidad del valor como mito y no como realidad. Él solía decir: «Procure no ser un hombre con éxito, sino un hombre con valores». Hombre/mujer de valores, no de éxito, pues comprendía que el valor de una persona es su propio éxito.
De tal suerte que el valor con el que vive una persona y el valor que muestra y practica es su propia esencia, su fundamento óntico, su realidad teleológica, su menester activo. Cada vez que un ser asume ante la vida una forma de vivir y de juzgar la conducta propia y de otro, a la luz de un valor determinado, está poniendo como principio de acción el valor como categoría indisoluble del ser y hacer humano.
Sin embargo, la realidad dictamina otra circunstancia menos esperanzadora, y de ahí el título de esta postura, la práctica de los valores actualmente está llegando a un punto sin retorno; es decir, poco a poco ya no se habla de ellos como realidad objetiva, sino como un producto histórico de personas antiguas que no comprenden hacia dónde va el mundo moderno. Esto, dicho con antelación, es casi el grito de batalla de las generaciones presentes.
Por tanto, no queda más que poner en contexto esta realidad y mostrar las consecuencias devastadoras que tendrá que afrontar la sociedad actual. Ciertamente, muchos dirán que la práctica de valores hoy más que nunca está presente en las empresas e instituciones educativas y religiosas, pero nada es más irrisorio que eso. Una cosa es que hoy más que nunca se hable de la necesidad de practicar valores y otra distinta es que realmente se estén practicando.
Es cierto, se habla mucho de valores, se incorporan como parte de las políticas institucionales, se dan conferencias al respecto. Pero la verdad es que se está disponiendo de ellos como un mito más, como un cuento histórico del que todos hablan, pero nadie cumple, ya que al igual que la categoría de la libertad, todos hablan de ella, pero muy pocos la toman como parte de su vida, ya que ello implica la responsabilidad de ser libre y eso es punto y aparte para las grandes masas.
Pues bien, es necesario traer a colación la bella frase del maestro Joseph Wood Krutch: «Cada vez que nace un valor la existencia adquiere un nuevo significado; cada vez que uno muere, una parte de ese significado se desvanece». ¿Cuánto se ha desvanecido en las últimas décadas? Cuánta verdad acumulada en un valor, se ha desarticulado en pos de la modernidad y la «libertad por la libertad» cada vez más impulsada por los gurús de la autonomía.
Es así como es necesario poner a la luz de la palestra social, del seno de la familia, de las instancias educativas, la necesidad de empezar a plantear seriamente el uso de los valores, no como simple decoración institucional o como historia de mito; y comenzar seriamente a practicar los valores, no como un juego de democracia, sino, ante todo, como una necesidad en la que o nos salvamos todos o nos condenamos todos a un desorden social sin cabeza ni cola.