En nuestro país sigue siendo común en el imaginario inculto del pueblo confundir las profesiones del arquitecto y la del ingeniero civil; digo pueblo refiriéndome a todos los estratos sociales.
Para la mayoría de salvadoreños aptos o no para adquirir vivienda propia, un arquitecto hace lo mismo que un ingeniero civil, cuya labor es estrictamente técnica, pues su oficio consiste en diseñar no espacios, sino calcular estructuras de una construcción, por lo cual se complementa con el arquitecto.
La clase media-baja tiene la opción única de obtener vivienda propia a través del Fondo Social para la Vivienda, que por primera vez financia hasta $150,000 con un techo de $40,000, a este nivel el cliente escoge entre soluciones impersonales a las cuales se adapta y, por lo general, no existe contacto con el arquitecto.
Este es el mismo caso que se da con el usuario clase media, que tiene acceso a crédito bancario y opta por soluciones que le muestra la industria de la construcción, en donde el arquitecto ofrece un producto terminado en urbanizaciones, residenciales o condominios a costos altos.
Finalmente, están las clases poderosas y los políticos de turno, los cuales a base de corrupción (no todos) dan el salto de estatus de mesón a mansión.
Los poderosos por un lado contratan arquitectos para dirigirlos y firmar un proyecto, por eso se pregunta Frank Gehry por qué algunas personas contratan un arquitecto para decirle lo que tiene que hacer; y los políticos le «ayudan» al arquitecto señalándole en una revista «GQ» una de las casas de Alibaba o del expresidente mexicano Salinas de Goltari, como coincidencia de gustos. Ejemplo de ello son las residencias incautadas. Todo lo anteriormente dicho nos aclara por qué el arquitecto en nuestro medio es inaccesible para una mayoría, utilizable por una minoría o ignorado por otros.
El paisaje urbano nuestro tampoco ayuda a la problemática. Pues el ciudadano común, ya sea peatonal o motorizado, «mira» construcciones y artefactos que posiblemente perduren algunos, pero sin trascendencia ni legado.
Ojalá que el gobierno actual, una vez recuperada y saneada la Asamblea de corruptos, pueda cumplir sus promesas y devolver al pueblo sus derechos que no son muchos, sino todos, y entre ellos el derecho a una vivienda propia, porque sin patria sí y corrupción no y un pueblo verdaderamente unido que jamás pueda volver a ser confundido, valoremos lo necesario y alcanzará para todos, pues las necesidades máximas siempre han originado soluciones e ideas nuevas.
En un lenguaje sencillo podríamos decir que lo que llamamos vivienda debe satisfacer tanto el cuerpo, la mente y lo espiritual del hombre que la habita y este es el fruto que produce el oficio del arquitecto y la arquitectura dentro de un contexto amplio, debe ser vista como cultura que implica lo social, es decir, es un hecho sociocultural. El salvadoreño debe tener la oportunidad de identificarse con la familia y con la comunidad, unido al sentimiento de posesión y seguridad, y la correspondencia entre él y su entorno, y por ello, la vivienda es el principio y fin de la arquitectura.