El Salvador, desde su conquista (1524-1551), no ha visto realmente un pueblo con espíritu cristiano, en el sentido de haber vivido por siglos el pecado estructural ante el mundo de injusticias e indignidad que la población de todos los tiempos siempre ha vivido. Claro, para los colonizadores, luego los criollos, los terratenientes y por último los ricos del país, sin duda sí ha sido cristiano, pero sin tener la mínima conciencia del sufrimiento del pueblo, ocasionado en su gran mayoría por ellos mismos.
Ciertamente, el que nuestro amado y bello país se llame El Salvador (conocido como Provincia de Nuestro Señor Jesucristo, El Salvador del Mundo, luego vuelto una reducción del nombre y adoptada esta por Gonzalo de Alvarado, fundador la ciudad de San Salvador), haciendo alusión a nuestro Salvador, siempre ha sonado altisonante, bajo la premisa de una ironía literaria conforme a los grandes sufrimientos económicos, sociales, políticos y militares vividos por la población salvadoreña.
Empero, esta realidad de siglos ha empezado a cambiar, y no es que quiera mostrar palabras llenas de fanatismo o falsa ilusión, pues como académico no me dejo llevar por las emociones y menos por apegos políticos o religiosos, pues perdería mi análisis filosófico y pensamiento crítico, pero sí es cierto que las cosas han empezado a cambiar para los sectores más grandes del país, por lo que empieza a hacerse el honor al nombre de nuestra patria.
El maestro Librado Rivera, al respecto, comenta: «Si fuera la patria como una madre cariñosa, que da abrigo y sustento a sus hijos, si se les diera tierras y herramientas para sembrar, nadie abandonaría su patria para ir a mendigar el pan a otros países en donde se les desprecia y se les humilla». Pues bien, este país empieza a sentirse como una patria, una madre que acoge y respeta a sus hijos, sobre todo a los más desprotegidos. Ya no es la patria de los poderosos para los poderosos, sino la patria que es madre de los que lloraban.
Por tanto, solo el hecho de que ahora se abogue por aspectos que antes solo los empresarios decidían es un cambio fundamental, tal vez no a nivel macro, pero si le preguntan al pueblo si le llena de gozo el hecho de que ahora las decisiones de carácter laboral, económico y social ya no las toman solo los empresarios con los políticos de turno, es claro que eso es motivo de satisfacción. Esto, por supuesto, debe entenderse no desde una lista de las cosas hechas por este Gobierno (que son varias), sino desde la disposición que ahora se le pregunta al pueblo.
Por ende, tal como expresa Romanos 8:25: «Pero si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia». La esperanza que tanto el salvadoreño ha tenido y casi perdido de decepción en decepción ahora está empezando a hacerse realidad, ojalá y no nos vuelvan a decepcionar, debe no perder nunca este Gobierno la vista en para quién trabaja y a quién sirve: no es para los poderosos, es para el pueblo de a pie; claro, siempre y cuando se ponga en manos de Dios, única y real esperanza.
¡Se anima! Que este país que tanto amamos los que nos hemos quedado y los que se han ido se vuelva una real construcción de dignidad, certeza y disposición para el bien, desde los gobernantes, los profesionales, los campesinos, las amas de casa, los estudiantes, los trabajadores en general, de tal suerte que se construya un país en el que su nombre sea alto, como alto es nuestro Señor y Salvador, diluyéndose en este terruño santo llamado, y ahora sí con dignidad, El Salvador.
Que la vida nos sonría por fin, poniendo la confianza en Dios.