Los salvadoreños «de afuera» finalmente ya no son parte del viejo discurso de «gracias a nuestros hermanos en el exterior, nuestra economía sobrevive». Hoy ellos también demandan ser tomados en cuenta para votar, pues son parte de cada razón social, económica, política, deportiva y cultural de lo que representa ser salvadoreño. Prueba de ello es esa atmósfera de ilusión y satisfacción que ha despertado Hugo Pérez con la convincente y comprometida selección del bicentenario, que nos deleita con majestuosidad a los seguidores del fútbol y evidencia tangiblemente que somos salvadoreños sin importar dónde hayamos nacido.
La clave del éxito que está teniendo Hugo con su versión de la selección del bicentenario es reflejo de su filosofía de reconocer que El Salvador dejó de ser una nación de 20,000 kilómetros cuadrados. Hoy El Salvador es un país que se ha ido construyendo con los que se fueron pero que nunca dejaron sus raíces, y mandés o no remesas, sos salvadoreño por lo que sentís, por lo que amás. En estos 40 años de diáspora se ha ido construyendo este nuevo El Salvador.
Como Hugo, muchos se fueron para el norte con la esperanza de algún día regresar. Fuimos poco a poco, y sin proponérnoslo, edificando una nueva patria. Convertimos Virginia en Intipucá, el MacArthur Park en La Finca Modelo de Santa Ana, el Columbus Road en la avenida Roosevelt de San Miguel. Como Hugo, una legión de migrantes guanacos cambió las canchas polvosas de la Zacamil por las canchas engramilladas del Parque Balboa en North Hollywood, en los fields de las High School del Valle de San Fernando.
Son incontables las nuevas mezclas que han ido surgiendo de esa estancia que se prolongó más de lo deseado: salvadoreños casados con mexicanos, afroamericanos, asiáticos, con chapines y catrachos. Ahí, en esas uniones estables o pasajeras, se está forjando esa nueva patria del bicentenario.
Ya no sorprende para nada ver en las paredes de las casas en Houston toallas con dibujos de Fernando Llort a la par de las máscaras de Oaxaca, de sentarse a comer pupusas con tacos. De esa mezcla tal y como sucedió hace más de 400 años, cuando los españoles vinieron a invadir nuestras tierras y se mezclaron con nuestros hombres y mujeres, es exactamente lo que está pasando ahora. Este cambio generacional y genético ya no se detiene.
Es precisamente en la integración de esta realidad donde yace parte del crecimiento y desarrollo. Estamos dejando de ser una finca y el chip debe cambiar, ya no más términos despectivos, como «hermanos lejanos o cercanos», ya no más «diáspora», pero sí más «salvadoreños todos», donde quiera que estemos.
Hugo es casi perfecto, porque nació en Sívar, es migueleño y santaneco por su padre y madre, se fue pa’l norte con 11 años; se nacionalizó y como futbolista profesional fue parte de la Team USA que asistió al mundial de 1984. Fue seleccionado por 10 años. En 1988 lo nombraron en Estados Unidos futbolista del año, al mismo tiempo en que Johan Cruyff lo quiso contratar para el Ajax de Holanda, pero su equipo de ese entonces, el San Diego Sockers, no quiso cederlo. En 1990 Cruyff lo recomendó al Club Italiano Parma, pero Hugo decidió jugar en París. Jugó en las primeras ligas de Suiza y Arabia Saudí. Terminó su carrera profesional siendo campeón dos veces consecutivas en el club que vio jugar a su padre y abuelo: Club Deportivo FAS, conocido cariñosamente como el Fasito. En 2008 ingresó al salón de la fama del soccer gringo, casi nada. Como pueden ver, el profe Hugo Pérez no es cualquier «cincoeyuca».
Más allá de los resultados del octogonal, Hugo dice que su apuesta es el mundial de 2026. Lo cierto es que en poco tiempo ha logrado no solo devolvernos el orgullo que habíamos perdido en el fútbol, sino que nos hace soñar y darnos cuenta de que lo suyo ya no es chiripa ni improvisación.
Cantar a todo pulmón el himno nacional, minimizando a los mexicanos, no es cualquier cosa, cuántas historias de derrotas, de dar pena ajena, de salir cabizbajos del Coliseo de Los Ángeles o del Cusca. Los amaños, las movidas bajo la mesa en la federación, todo eso minó por años todo sentido hasta mediados de los ochenta. Ahora sí, para la broza del 503, que por años viajó largas distancias de ciudad en ciudad en el Norris para ir a ver solo «talegueadas» que le daban a la Selecta, son tiempos de gloria.
No sé de quién fue la idea de contratar a Hugo y a su equipo, pero creo que ha sido la decisión más acertada por años y merece igualmente el respeto. Hay que dejarlo y darle la libertad como hasta ahora. Que se mantenga firme y no se deje presionar por excluir a gorditos y a jugadores que se creen divas. Estoy seguro de que su apuesta no es la de 2021 y tiene que ser así, no podemos esperar resultados inmediatos. Esas tardes y noches de patriotismo que nos está regalando sirven de aliciente y esperanza para lo que viene. O como diría Eduardo Galeno, «voy por el mundo sombrero en mano y en los estadios suplico: una linda jugadita, por amor a Dios». Como la que nos regaló Jairo frente a Dest.
Y así, en este otro domingo que esperamos ya no un milagro, sino la confirmación de lo que se está construyendo, somos testigos de que Hugo es el reflejo de El Salvador del bicentenario, una nueva nación que empieza y que estuvo preñada por tantos años de diásporas, migraciones, hermanos en el exterior, de remesas, deportados, de nostalgia y añoranza del shuco y las pupusas, de salvis, de guanachos (mitad guanacos y mitad gabachos). En fin, bienvenidos a construir un nuevo centenario.