A las ciudades fronterizas de Tecún Umán (Guatemala) y Ciudad Hidalgo (México) las divide el río Suchiate. En época lluviosa este río ha sido el responsable de que muchos centroamericanos se ahoguen intentando pasarlo para ingresar a la frontera sur de México. Resulta muy peligroso cruzarlo nadando, por eso los traficantes de personas se las han ingeniado para pasarlo utilizando tubos enormes inflables a los que colocan unas tablas para hacer el viaje «más cómodo y seguro». Este medio de transporte lo utilizan también los comerciantes chapines que van «de compras» al otro lado e ingresan de contrabando productos de primera necesidad a Guatemala.
Fue así como propuse documentar un tema que para mí siempre fue punto de honor: las aventuras o los peligros de viajar indocumentado hacia Estados Unidos, algo así como el manual de cómo viajar con un coyote y no perderse en el camino.
Una vez instalados en Tecún, Jaimito nos llevó a La Casa del Migrante, una especie de santuario fundado por la orden Scalabrinianos. Aquí los misioneros abren las puertas por tres días a los migrantes que han sido despojados de sus pertenencias por los rateros, que han escapado de los coyotes o simplemente porque se les acabó el pistillo que traían para el viaje y no tienen dónde dormir o comer.
Jaime logró convencer al padre Ademar Barilli, quien en ese entonces era el encargado del refugio, para que intentáramos entrevistar a los migrantes refugiados.
Es aquí donde se nos cambia el chip con el que veníamos. Es en La Casa del Migrante donde descubrimos todas las penurias de nuestros compatriotas centroamericanos que ni tan siquiera han logrado llegar a la orilla del sur de México. Una a una en las entrevistas que realizábamos fuimos encontrando un patrón: la forma que habían descubierto para cruzar todo el territorio mexicano hasta llegar a la frontera norte con Estados Unidos era subiéndose al tren.
Empezaba entonces la leyenda de La Bestia Negra. Nosotros bautizamos nuestro primer documental «El tren de los sueños». Los medios de comunicación poco hablaban del tema o no se habían atrevido a hacer la travesía que nosotros estábamos por iniciar. Las penurias que nos fueron contando cada uno de los entrevistados nos dejaban perplejos. Pero todavía no dimensionábamos cómo era aquello de subirse al tren; en nuestra ignorancia pensábamos en vagones clásicos de pasajeros o, en el peor de los casos, que se subían al techo. Fue entonces que decidimos cruzar la frontera e ir a documentar lo que habíamos escuchado en los testimonios.
Cruzar legalmente la frontera de México requiere obviamente de tener no solo pasaporte, sino también visa mexicana, que es tan difícil de obtener como la gringa. Decidimos hacer el intento de cruzar los cuatro (Bareta, el Chamuco, Santi y yo), de pedirles permiso a las autoridades mexicanas para ir a hacer un par de tomas. En la frontera de México te topás con tres instituciones yucas a las que tenés que convencer: la migra, el Ejército y la PGR. Tuve la suerte de inventarme que yo era importador de frutas y verduras mexicanas y que en un patio en Ciudad Hidalgo tenía un furgón en el que se me estaban pudriendo y que necesitaba ir a grabar para hacer los reclamos. Las autoridades de la frontera vieron tanta seguridad en mi denuncia que nos dejaron pasar solo con los DUI. «Suerte de principiantes», dirían unos, o «Dios quiere a sus bolitos», como diría Santi.
Era un buen augurio. Logramos evadir la frontera sin pasaporte ni visas. Una vez en Ciudad Hidalgo, preguntando y preguntando, llegamos hasta la bendita estación del tren.
Ya una vez cerca de la estación logramos magnificar el escenario. Bareta, ni corto ni perezoso, acostumbrado a hacer esta clase de reportajes, colocó el trípode y, sin mediar palabra alguna, comenzó a grabar los alrededores del tren. Santiago, con el olfato de un típico buscador de acciones, empezó a ver los puntos que él consideró que deberían registrar las acciones. Yo comencé a platicar amenamente con los lugareños buscando la historia. El Chamu, fiel a su ADN, nos protegía de todo aquel ambiente sospechoso por una leve tranquilidad que se respiraba.
El tren estacionado no daba signos de salida. Los migrantes estaban agazapados entre arbustos, champas y casas abandonadas. Muy cerca, las patrullas de la migra hacían sus rondas para sorprender a los pollos.
No fue sino hasta cuando el tren, con el típico silbido de su alarma, anunciaba su partida que salieron de los lugares menos imaginables cientos de Betos, Pedros y Marías. Todos con la vista puesta en el tren. Esperaron la marcha de La Bestia, deberían de tener sincronizadas sus zancadas y correr casi a la misma velocidad del tren para lograr evadir a los migras que los perseguían, y en un acto de acrobacia lograr subir a los vagones en marcha.
Bareta, apostado con su trípode registrando todo movimiento, Santiago y el Chamu siguiendo a la par cámara al hombro los rostros de agonía y desesperación de una pareja de catrachos de la zona de La Ceiba hondureña, que con desesperación intentaban agarrarse de la escalera de uno de los vagones del tren en plena marcha. Los catrachos lograron alcanzar dicha proeza y ya una vez arriba del vagón tuvieron el tiempo para, de una manera heroica, saludar a nuestras cámaras como quien se despide de su gente y cree que está a un paso de lograr el sueño americano.
El tren se fue. Nosotros nos quedamos mudos al ver todo ese drama inhumano. Teníamos una sensación de derrota porque quizá debíamos habernos ido con ellos. Ya nuestra historia se había transformado totalmente. Originalmente era grabar cómo viajar en la ruta de buses El Cóndor, y ahora era exponer los retos y peligros de La Bestia Negra. Así comenzó esta aventura de producción, así comenzó Meridiano 89, proyectando un tema que no era de agenda en los medios y que luego muchos lo retomaron. Nosotros seguimos contando más historias de migrantes y pronto surgieron las contrataciones de organismos internacionales relacionados con el drama de la migración.