El burro le dijo al tigre: «El pasto es rojo». El tigre le contestó: «No, el pasto es verde». La discusión se calentó y los dos decidieron someterlo a un arbitraje, y para ello concurrieron ante el león, el rey de la selva.
Ya antes de llegar al claro del bosque, donde el león estaba sentado en su trono, el burro comenzó a gritar: «Su alteza, ¿no es cierto que el pasto es rojo?». El león respondió: «Cierto, el pasto es rojo». El burro se apresuró y continuó: «El tigre no está de acuerdo conmigo y me molesta, por favor, castígalo». El rey entonces declaró: «El tigre será castigado con tres años de silencio». El burro saltó alegremente y siguió su camino, contento y repitiendo: «El pasto es rojo».
El tigre aceptó su castigo, pero antes le preguntó al león: «Su majestad, ¿por qué me ha castigado?, después de todo, el pasto es verde». El león respondió: «De hecho, el pasto es verde». El tigre preguntó: «Entonces, ¿por qué me castiga?». El león respondió: «Eso no tiene nada que ver con la pregunta de si el pasto es rojo o verde. El castigo se debe a que no es posible que una criatura valiente e inteligente como tú pierda su tiempo discutiendo con un burro, y encima venga a molestarme a mí con esa pregunta».
Cité aquí esta fábula porque cada vez que la leo me recuerda las largas y tediosas discusiones entre la bancada cian y una oposición cegada por el odio, el resentimiento y las ansias de poder que la lleva a vivir en un mundo imaginario pintado de un color distinto al que percibe el resto de la sociedad.
Estoy seguro de que la población no castigará a ningún diputado oficialista por haber pasado tres años tratando de explicar a los tercos detractores que los cambios en el país son necesarios e irreversibles, pero sí resentirá el tiempo que se ha perdido en discusiones estériles con gente cuya visión ideologizada no le permite ver más allá de la nariz. Muchos hubiésemos preferido que ese minúsculo e irrelevante grupo hubiese sido ignorado en vez de caer en la trampa de los enfrentamientos verbales. Aunque, a decir verdad, mentiría si dijera que no me alegra ver que de vez en cuando lo ponen en su lugar.
La moraleja de esta fábula es aplicable tanto a las (generalmente) vacías discusiones que se entablan con la necia oposición como a las diferencias que a menudo se suscitan entre personas cercanas o afines al presidente Bukele. Me parece que él está demasiado ocupado, que se le hace difícil tener que atender y buscar solución a situaciones que no revisten mayor importancia; sin embargo, lo hace en nombre de la armonía y para evitar afectaciones innecesarias en los procesos de cambio que se ejecutan.
Desde luego, hay cosas que pueden arreglarse internamente, y así debe hacerse. No obstante, hay otras que trascienden hasta hacerse del dominio público como ha sido la más reciente crisis en el partido oficial; crisis que, a mi manera de ver, ha sido abordada de forma correcta y oportuna, dejando claro a la sociedad que, como ya se ha dicho en sobradas ocasiones, no se tolerará ningún tipo de corrupción.
Está claro, como dije al principio, que nadie castigará en las urnas a la bancada cian por algún pequeño desliz o ligereza que haya cometido en la presente gestión, pero sí podría haber sido castigada si viendo la casa sucia no la hubiese limpiado; si en vez de sacar las manzanas podridas las hubiese escondido, pues eso era exactamente lo que solían hacer los partidos que ahora están en plena decadencia.