En la década de los sesenta el mundo superó los 3,000 millones de habitantes, provocando expresiones de preocupación ante la posibilidad de no poder alimentar a la humanidad. Particularmente, el libro «The Population Bomb» predijo hambrunas debido a la sobrepoblación, añadiendo que la humanidad se dirigía inevitablemente al colapso. A pesar de que en los últimos 60 años se agregaron 5,000 millones de personas al mundo, el colapso no sucedió. Gracias al ingenio humano y las tecnologías promovidas por la ciencia y la innovación, el mundo experimentó un incremento significativo en la calidad de vida, una reducción en la tasa de pobreza y un aumento en la producción de alimentos. Entre 1960 y 2020 la producción de alimentos per cápita a escala global incrementó en un 47 %. Estamos produciendo más alimentos que nunca en la historia de la humanidad; lastimosamente, también desperdiciamos alimentos en proporciones sin precedente.
El desperdicio y la pérdida de alimentos tienen un costo elevado. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) estima que el valor monetario directo de la pérdida y el desperdicio de alimentos suma $1,000,000,000,000 (1 billón), unas 30 veces la economía de El Salvador. Además, el hambre que no se evita al desperdiciar aquella comida tiene un costo de $0.9 billones; de hecho, la FAO reportaba en 2019 que los 1,300 millones de toneladas de alimento que se pierden o desperdician serían suficientes para alimentar casi a la totalidad de la población en desnutrición. Es irrazonable que tanto alimento se pierda. Pero ¿dónde suceden esas pérdidas?
De acuerdo con las Naciones Unidas, a escala global, un 30 % de los alimentos producidos por los agricultores se pierde o se desperdicia. Como aclaración, pérdida de alimentos es la proporción que se pierde en el campo desde la cosecha hasta que llega al comercio o la industria, esta parte equivale a un 13 % de las pérdidas; desperdicio de alimentos es la proporción que se pierde entre el comercio y el consumo en los hogares, esta parte equivale a un 17 %. Dentro del desperdicio de alimentos, un 5 % se pierde durante almacenamiento en tiendas/distribuidoras, un 14 % en servicios alimenticios/catering, un 39 % en el procesamiento de alimentos, y un 42 % —la mayor parte— a nivel de consumidor final.
Nosotros, en los hogares, somos el sector que más desperdicia alimentos, es nuestra responsabilidad evitarlo. En este sentido, algunos escenarios sobre los que el lector puede reflexionar incluyen los siguientes: a menudo compramos más de lo que necesitamos, tal vez aprovechando una oferta, pero una parte de eso tiende a desperdiciarse; rechazamos frutas o verduras que no tienen la forma ideal a pesar de que su valor nutricional es el mismo; almacenamos productos recién adquiridos al frente del estante, aumentando la posibilidad de que los productos antiguos caduquen y se pierdan; nos servirnos porciones grandes, provocando que algo en el plato sobre y se bote; no consumimos los sobrantes de comidas previas. Existen también alternativas para usar alimentos que ya no se consumirán en su forma original, por ejemplo, use frutas sobremaduras para algún batido o alguna jalea, utilice pan viejo para hacer un budín, haga queso con la leche que se agrió. Incluso considere la posibilidad de donar alimentos que usted no consumirá en el corto plazo y corren el riesgo de vencerse.
Particularmente para un país como el nuestro, donde la producción de alimentos es limitada y existe tanta necesidad, es una injusticia que alimentos perfectamente consumibles se desperdicien. Cada uno de nosotros puede jugar un papel en reducir este desperdicio.