Hace un par de días, el metro de la Ciudad de México sufrió un incidente que dejó sin servicio varias líneas. Ante esta situación, no se hicieron esperar los «memes» y comentarios acerca de la movilidad citadina. Uno de ellos que encendió los ánimos fue el que hizo la usuaria de Facebook llamada Mariana Guadarrama. En su publicación, escribió: «Ay, mi CDMX. Sin metro, sin restaurantes, bares, conciertos, museos, cultura. Ahora somos el edo. de México, pero con pavimento». Quizá a un lector ajeno a la realidad mexicana esto le parezca un comentario más, pero a muchos mexicanos esto nos recuerda —tal como he tratado en columnas anteriores— la fragmentación geográfica, cultural y social existente en México.
El estado de México —para quien no lo sepa— es la región que colinda con la capital de México. La mayor parte de su población se concentra en los municipios colindantes con la ciudad, a los cuales se reduce muchas veces este estado. Estos lugares se caracterizan por ser ciudades dormitorio: ahí viven miles de trabajadores y estudiantes de las instituciones públicas y privadas de la capital. En ese sentido, esos ayuntamientos son vistos como lugares con un alto índice delictivo, de violencia y de corrupción; con una arquitectura poco planeada y marginal; con oportunidades laborales y educativas reducidas; con un servicio de transporte público deficiente y carísimo; con una gran división socioeconómica; con proyectos o movimientos culturales y artísticos sin el reconocimiento que merecen. En gran medida, todo esto se debe a que esta región ha sido bastión priista desde 1945. Por ende, vivir en el estado de México se ha vuelto sinónimo de pobreza, ignorancia y barbarie para muchos capitalinos y no capitalinos. Así, se comprende lo violento del comentario de Guadarrama, pero, como ese comentario, diariamente se emiten otros.
Si bien, como mexiquense, puedo corroborar que es cierto que la zona metropolitana es violenta y marginada en muchos aspectos, también puedo desmentir las múltiples afirmaciones alrededor de ella. El estado de México tiene todo lo que niega Guadarrama. Más allá de los bares, los restaurantes, el transporte público y el asfalto, este estado cuenta con ruinas arqueológicas (Teotihuacán), universidades de alto renombre (Chapingo, UAEMex) y grandes pulmones naturales (la sierra Guadalupe, la Marquesa, los bosques de Amecameca, el Nevado de Toluca). De igual forma, existen varios movimientos políticos y sociales alternos a la CDMX. Asimismo, la cultura está presente en conciertos, talleres, exposiciones y eventos folclóricos organizados por centros públicos como por colectivos independientes.
Subsecuentemente, a pesar de que no podemos negar los problemas que se viven día con día en el estado de México, valdría la pena cuestionar por qué los citadinos reducen esta región a la zona metropolitana y por qué insisten en esos problemas sin dejar de lado su paternalismo o su clasismo. Pareciera que no se cuestionan que el estado de México, como un muro gris, amuralla la CDMX como protección; que miles de mexiquenses mantienen avivada la economía de la CDMX; que es el estado experimental del PRI; que existen proyectos y movimientos mexiquenses que enriquecen la multiculturalidad mexicana; que el desprecio del capitalino por esta y otras regiones es, en realidad, un sentimiento de superioridad.